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53 veinte ejercicios de lanzamiento de misiles y dos pruebas nucleares. Nunca antes se había desplegado tanta actividad. Desde el fin de la guerra de Corea y con más intensidad desde 1994 Corea del Norte ha podido comprobar que la política norteamericana, respecto al futuro de su país y sus relaciones, son erráticas e imprevisibles, teniendo poco que hacer para reconducirla. Realmente, en una democracia tan poderosa como la norteamericana los intereses nacionales siguen siendo los que los norteamericanos decidan. La posible esquizofrenia de la política exterior y de seguridad norteamericana es consecuencia de una deliberación pública, donde las preocupaciones domesticas son más fuertes que los imperativos de una política exterior consistente. El resultado puede ser contradictorio sobre todo cuando la cultura política de los otros actores no tiene que ver con las prácticas democráticas de un sistema de controles y equilibrios de poder. Por tanto, es muy probable que lo que desde fuera se entiende como una política errática, que no ofrece seguridades, es frecuentemente una respuesta a los grupos de presión internos. El Congreso no solo legisla las tácticas que se deben aplicar en la política exterior, limitando el poder del presidente, sino que además busca imponer un código de conducta a otras naciones utilizando todo tipo de sanciones. El resultado es que a diferencia de la acción diplomática, que generalmente promueve un dialogo que sutilmente marca los límites de la relación con los demás, se impone la acción legislativa, más propensa a imponer prescripciones, que en algunos casos se transforman en un ultimátum. El poder ejecutivo se ha plegado en demasiadas ocasiones a las imposiciones del congreso porque los riesgos exteriores no son lo suficientemente graves como para afectar a la política doméstica. El resultado es que Estados Unidos no dispone de una estrategia a largo plazo acompañada de una suave insinuación ideológica y tiene que conformarse con respuestas parciales improvisadas sobre la marcha en función de las presiones internas de la opinión pública y de los grupos de presión. Esta realidad se complica si añadimos el gran espectáculo de las campañas electorales, donde los mensajes de los candidatos van dirigidos a votantes poco conscientes de la relevancia que para el mundo tienen sus decisiones electorales. Las campañas electorales no favorecen una discusión seria de la política exterior del país por los candidatos pero bie3 >ŽƐĐŽŵƉƌŽŵŝƐŽƐŶŽƌƚĞĂŵĞƌŝĐĂŶŽƐĐŽŶ:ĂƉſŶLJŽƌĞĂƉĞƌŵĂŶĞĐĞŶ͕ůŽƐĚĞďĂƚĞƐ ĐĂŵďŝĂŶ ŶĚƌĠƐ'ŽŶnjĄůĞnjDĂƌƚşŶ ŽĐƵŵĞŶƚŽĚĞŶĄůŝƐŝƐ ϮϭͬϮϬϭϳ ϭϬ


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