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MEMORIAL DE ARTILLERIA 168-2

28 MEMORIAL ARTILLERíA, nº 168/2 - Diciembre de 2012 de Instrucción y Empleo Cementerio militar británico de la PGM en Tyne Cot, cerca de Yprès (Bélgica). Como ejemplo, en los cuatro meses de la batalla del Somme (1916), el Ejército británico perdió 540.000 hombres, la mayoría de ellos por fuego artillero (con 57.470 bajas –19.240 de ellos, muertos– en un solo día, el 1 de julio de 1916; la mayoría de esas bajas ocurrieron en los primeros sesenta minutos del combate). No fue un caso aislado en la PGM. No es sorprendente que el Ejército británico todavía hoy sea plenamente consciente de los resultados de perder la superioridad de fuegos a presentar batalla en circunstancias desfavorables. Esta forma de combatir implicaba que cualquier Unidad, en cualquier momento, podía encontrarse con un contingente enemigo no localizado previamente. Desde la PGM, eso no es posible: los Ejércitos despliegan en frentes paralelos que cubren (con mayor o menor densidad de tropas) toda la línea de contacto con sus enemigos, asegurando que, salvo que ocurra una ruptura en el frente, la zona situada a retaguardia de esa línea de contacto se encuentre razonablemente libre de presencia enemiga, permitiendo una cierta relajación en la cuestión de la defensa inmediata a las Unidades desplegadas al abrigo del frente propio. Hasta 1914, la Artillería de Campaña empleaba fundamentalmente el fuego directo a distancias relativamente cortas. Esto hacía que su despliegue se realizase en muchas ocasiones incluso por delante del de la Infantería propia (los escudos que conservan algunas piezas artilleras modernas son vestigios de esa época). La vulnerabilidad de ese tipo de despliegues, el incremento de alcances y las posibilidades de concentración de fuegos que ofrecía el casi recién descubierto fuego indirecto, ocasionó que la Artillería desplegase relativamente lejos del frente, cubierto por la Infantería propia, y que incrementase sus medios de Mando y Control para conseguir concentrar en espacios limitados fuegos indirectos procedentes de miles de bocas situadas en asentamientos geográficamente muy separados: nació la “maniobra de los fuegos”. El incremento de alcances permitió además concentrar el fuego de un número de piezas cada vez mayor sobre un solo objetivo, lo que tuvo como consecuencia una creciente centralización del control de los fuegos y de las operaciones. Esta centralización forzó también cambios en el sistema de Mando y Control: la maniobra se construía sobre planes de fuegos muy complejos y desarrollados con horarios cuidadosamente calculados. Las Unidades encargadas de ejecutarla debían respetar al máximo los planes aprobados y su secuencia temporal, so pena de caer bajo fuego propio o de moverse sin cobertura de fuegos. Esto implicaba por un lado la necesidad de evitar la iniciativa de los subordinados, a los que se exigía disciplina más que actuaciones individuales brillantes (lo que se avenía muy bien además con los Ejércitos de leva poco adiestrados característicos de la movilización), y por otro la creación de grandes cuarteles generales capaces de planear en detalle operaciones muy complejas. Nuestros enormes HRF(L) HQ actuales son los últimos “hijos” de esa guerra industrial.


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