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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 132

AGUSTÍN RAMÓN RODRÍGUEZ GONZÁLEZ »Paré la máquina sobre el canal del bajo, siendo como las 9. Arrié todos los botes, los mandé con sus cañones, fusiles y pistolas, dos al mando del alférez de navío D. Eduardo Bolante, otro al de la propia clase D. Salvador Ros y una canoa con ocho fusiles con el comandante graduado de teniente coronel de Infantería D. Luis Ibáñez, ya nombrado, independiente de los oficiales por su carácter, pero con instrucciones precisas de seguir sus movimientos, llevando todos la orden terminante de destruir exclusivamente los pancos medio varados, sin efectuar desembarco hasta nueva determinación. »Dirigiéronse todos los botes en línea de frente hacia los pancos por encima del extenso bajo a favor de la crecida de la marea, y el que mandaba el alférez de navío D. Eduardo Bolante, prendió fuego al que estaba más al N, y que era indudablemente el por mí perseguido, que no tuvo tiempo para acercarse a los otros, unidos y defendidos por cañones y fusiles, parapetados en el espeso bosque que llegaba hasta la orilla. Ardió perfectamente el panco a favor de las cañas, nipas y otros efectos muy combustibles de que se componen las obras muertas de esas embarcaciones, habiendo extraído antes un falconete, la bandera moruna y algunas armas en mal estado y efectos de poco valor. »Dirigiéronse todos los botes en seguida hacia los otros pancos, rompiendo fuego de cañón y de fusil, que era vivamente contestado desde el próximo ramaje. Pero a las 11 volvieron los botes haciendo mucha agua, con las proas desguarnecidas y los cañoncitos desmontados por sus propios disparos, por lo que hice señal de retirada a la canoa y al otro bote, que sin éxito sostenían el combate y que llegaron a bordo en igual deplorable estado. »En esta situación, comprendiendo lo interesante que era destruir los pancos durante el día, para el siguiente darles a los moros una batida en tierra en unión de las falúas que aguardaban, pero hallándome con los botes imposibilitados de montar artillería, no sabiendo cuándo las falúas llegarían y considerando lo expuesto que era el que el vapor con su artillería los destruyese, pues que para ello necesitaba pasar al menos por encima de la corona del bajo, cuyas piedras podrían causarle alguna grande desgracia, reuní en junta a los oficiales y pediles su parecer. Diéronmelo todos unánime de destruir con los cañones del vapor los pancos, puesto que los botes no podían ya montar los suyos, y yo fui del mismo, pero acercándome solo hasta el punto que el acreditado patrón, de 20 años de navegación en estos sitios, me fuese diciendo. »Emprendí pues la operación, y a un tercio de máquina con doble tope, el práctico en el tambor sondando en 4, 3 y 2 brazas, con grandes desigualdades y viendo las piedras por debajo de la quilla, lancé a los pancos a tiro de metralla muchas balas y granadas, que no los hicieron daño sensible a nuestra vista. Por lo que, al hallarme en la parte Sur del bajo y descubriendo por el O. a regular distancia las dos falúas que esperaba y que a remo y vela venían para el E, suspendí el fuego e hice por ellas, siendo las 11,40 (sic) de la mañana». Refuerzo y nuevos intentos «Alcancelas a las 12, les di remolque y me puse en demanda del sitio atacado, y mientras acordé con el comandante de dichas falúas y de la División de Cebú, teniente de navío D. Francisco de P. Morgado, que durante el día destruiría los pancos con sus embarcaciones, ayudados por mis botes, aunque sin falconetes, 64 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 132


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