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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 134

LA ARMADA EN LA GUERRA DE ÁFRICA (1859-1860) ¡Allí se ha fortalecido nuestra fe! Todos los comandantes de los buques surtos en la rada se hallaban en la cámara del general... Hemos hablado largamente de la cuestión de la paz y de la guerra, y todos sin excepción de uno solo, han opinado como el ejército de tierra... ¡Oh, la verdad cundirá y llegará a lucir a los ojos de toda España! Sin embargo de pensar así, la marina, como el ejército, se prepara para el ataque a Tánger. Solo que la Marina no dice, como el Ejército: ¡Triunfaremos en la lucha!, sino esta otra frase, mucho más sublime: ¡Pereceremos en la demanda! y es que nuestra escuadra no basta a sostener el fuego de las magníficas fortificaciones de Tánger, cuajadas de baterías... Conócenlo así nuestros marinos y por eso nos decían hace poco: — Nosotros calculamos perder la mitad de la gente y dos terceras partes de los barcos dentro de aquella bahía..., pero será muy adentro... ¡y uno solo de nosotros que quede con vida penetrará en Tánger con la bandera española en la mano! El honor de la Marina consiste hoy en perecer... ¡Solo así podrá resucitar! Estas palabras del general Bustillo me han recordado aquellas otras de OʼDonnell: “Si me pierdo, digan ustedes que me busquen en el desierto de Sahara”. ¡Oh! ¡España ha vuelto a ser España! ¡La raza de Hernán Cortés y de Gravina reaparece sobre la escena! Quiere decir esto que siempre tendremos grandes capitanes... ¡Así nos diera Dios grandes políticos!». Puede parecer todo esto muy acorde con el clima emocional con que se vivió la guerra en España, pero que no eran arrebatos retóricos de un escritor romántico ni bravuconadas de camarote se encargó de demostrarlo Méndez Núñez y su escuadra seis años después, frente a El Callao y afrontando riesgos aún mayores. Conclusión Aún tuvo oportunidad la Armada de distinguirse otra vez, ahora con la destacada actuación de la Infantería de Marina, cuyo 6.º Batallón, al mando del teniente coronel Federico Salcedo de San Román, se condujo de manera inequívocamente heroica en la decisiva batalla de Wad Ras, que procuró a los tenientes Félix Angosto y Virgilio Cabanellas, así como al subteniente josé Sevillano, sendas Laureadas de San Fernando e hizo merecedores de ascenso a otros cuatro tenientes, seis subtenientes y un sargento (13). Dicha victoria compelió al sultán a solicitar la paz, para lo que se reunió el 26 de marzo con OʼDonnell, con quien negoció el tratado de Tetuán, firmado el 26 de abril de 1860. La máxima con que usualmente se ha caracterizado este episodio («una guerra grande y una paz chica») parece destilar frustración, pero lo cierto es que, según demuestran estudios más recientes y ponderados, no influidos por las irrealistas expectativas de la época, ni la guerra fue tan grande ni la paz tan (13) RIVAS FABAL, op. cit., p. 179. Año 2016 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 49


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