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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

de la Liga Santa, y el mar se puso imposible. El retraso fue providencial, porque entretanto una feroz epidemia hizo estragos en la flota otomana. Un ingente esfuerzo diplomático, y después logístico y de planeamiento, había reunido, embarcado y organizado una flota de naves y hombres de lenguas y obediencias muy distintas. Aquella inmensa flota estaba compuesta básicamente por galeras, que eran buques de casco estrecho, largo y de poco calado con las bordas muy bajas, propulsión a remo y velas latinas. Casi toda la cubierta estaba ocupada por dos series de 24 bancos dispuestos en espina, donde los remeros o galeotes (la «chusma») remaban de espaldas, encadenados al buque por la muñeca o el tobillo. La infantería viajaba, se apostaba y combatía en los «corredores», largos andamios que sobresalían de la cubierta, por encima de los remos, y al llegar la noche los infantes se tumbaban de dos en dos en las «ballesteras», tablas anchas que apoyaban en los extremos de los bancos. La tripulación de una galera típica sumaba más de 200 personas y, con la infantería embarcada, más de 500. Como la cubierta solo tenía 300 metros cuadrados y estaba ocupada totalmente por la chusma, los soldados apenas podían rebullirse. El 12 de septiembre de 1571 comenzó a moverse aquella inmensa flota. El «generalísimo» Don Juan de Austria, sabedor del mal estado de las naves venecianas y del ánimo levantisco de su infantería, las había reforzado con galeras e infantería del rey católico. Una de ellas, la Marquesa, propiedad de los Doria, mandada por el capitán genovés Francesco di Sancti Pietro, llevaba a bordo dos compañías españolas del tercio de Moncada, entre cuyos infantes estaba el soldado Miguel de Cervantes. En galera la navegación era penosa y los fallecimientos frecuentes. La higiene era inexistente. Los remeros evacuaban sus heces sin moverse del banco y el hedor era insoportable. La nave insignia tenía el privilegio de navegar a barlovento para escapar del olor, que se hacía sentir a millas. La infantería a bordo vivía y dormía al raso, y pasó tres semanas apretujada a la intemperie con tiempo fresco y aguaceros frecuentes. Los buques estaban infestados de chinches, piojos y ratones, y los soldados, en forzosa proximidad con los bancos de los galeotes, 6688   RREEVVIISSTTAA EEJJÉÉRRCCIITTOO •• NN.. 990088 NNOOVVIIEEMMBBRREE •• 22001166 tenían que sufrir sus hurtos y pesadísimas bromas, como la del pobre Sancho Panza en el puerto de Barcelona. Una vez al día comían un cazo de habas cocidas y recibían una ración de agua cortísima, porque al «generalísimo» le preocupaba el reabastecimiento de agua. La misma escudilla donde recogían la ración de agua o de comida servía también para tirar al mar los orines. La madrugada del 7 de octubre la flota de la Liga embocó el golfo de Lepanto, pero Miguel de Cervantes no pudo verlo, enfermo con calenturas en la «cámara de los cómitres», el recinto bajo cubierta que servía de enfermería. Se ha atribuido a paludismo, pero la verdad es que en su vida no vuelven a citarse fiebres «tercianas» ni «cuartanas». El febril Cervantes pidió subir a cubierta y que «le pusieran en el lugar que fuese más peligroso, que allí moriría Cervantes en la batalla de Lepanto. Cuadro de Ferrer-Dalmau


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