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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

Seguridad y Defensa REVISTA EJÉRCITO • N. 908 NOVIEMBRE • 2016  7  Sin embargo, sería de nuevo Gran Bretaña quien, desde 1941 y hasta 1943, planeó decididamente la invasión de las islas para contrarrestar los planes de Hitler de invasión de Gibraltar (operación Félix), como certificó con meridiana claridad el propio Winston Churchill en sus memorias. Hoy en día, ya totalmente superadas las pasadas amenazas militares sobre las islas (bajo el potente paraguas de España, la OTAN y la UE), no han sido sin embargo despejados otros riesgos larvados que van creciendo en su entorno. Por un lado, la profunda brecha de riqueza y bienestar que existe en los 90 kilómetros que separan las islas del continente africano, la incierta resolución de la Primavera Árabe, la creciente desestabilización del Sahel a manos de grupos de islamistas rigoristas, el conflicto del vecino Sáhara, la inmigración ilegal o el crimen organizado son riesgos que no se pueden menospreciar al analizar la seguridad de las islas desde un enfoque integral. Por otro lado, en el ámbito interno insular ha comenzado de nuevo a tomar aire una corriente de opinión a favor de la autodeterminación, que ya existió en otros tiempos no tan lejanos1, y que ha encontrado tierra fértil los últimos años por la dura incidencia de la crisis económica en un territorio que ha llegado a superar el 31% de tasa de paro y que tiene una renta per cápita un 15% inferior a la de la media española. Dicho todo lo anterior, y a pesar de ello, las islas Canarias continúan siendo, para la gran mayoría de españoles y europeos, un bonito lugar vacacional de sol y playa, y poco más; un claro indicador de la poca atención que, en general, se presta al archipiélago desde el exterior. CANARIAS Y AMÉRICA: EL VALOR DEL VIENTO Y LA CORRIENTE A pesar de que las primeras bulas papales para la evangelización de las Canarias datan de mediados del siglo XIV y fueron concedidas a aragoneses y mallorquines2, no fue hasta el siglo XV cuando la conquista y evangelización de Canarias comenzó a obtener resultados, ya de la mano del reino de Castilla. Enrique III autorizó la expedición de Juan de Bethencourt de 1402 que conquistó Lanzarote, El Hierro y Fuerteventura a cambio de su vasallaje, y la Gomera se incorporaría pacíficamente a los señoríos castellanos en 1450. Fueron los Reyes Católicos, esencialmente Isabel, los que tomarían la determinación de la incorporación de todo el archipiélago en 1478 a los territorios de Castilla y con ello se culminó la conquista, no sin dificultad, de Gran Canaria (en 1483), de La Palma (en 1493) y de Tenerife (en 1496). Además de contra la resistencia indígena, la Corona de Castilla tuvo que luchar antes con Portugal por el dominio de aquellas tierras. En 1475, y en el marco de la guerra de Sucesión castellana, estalló una dura batalla naval atlántica entre ambos reinos que finalizaría en 1479 con el Tratado de Alcázovas, en el que se reconocería finalmente la soberanía castellana en Canarias, mientras que otorgaba a Portugal el dominio sobre La Guinea, Madeira, Azores y Cabo Verde, dejando así expedita la ruta de circunnavegación de África para esta nación y, con ella, el codiciado acceso marítimo al comercio de las especias de las Indias. Fue en este contexto, con casi todas las islas Canarias definitivamente incorporadas a Castilla y la ruta africana a Asia en manos portuguesas, en el que Isabel la Católica decidió financiar los viajes de Colón para la exploración de una ruta occidental a las Indias, hecho cuyas consecuencias son de sobra conocidas y que cambiaría ya para siempre la historia de España. Y precisamente fueron las islas Canarias la palanca que lo cambiaría todo. El giro que las corrientes marinas del Atlántico norte hacen hacia el oeste justo al sur de sus aguas, y los favorables vientos alisios, hacían del archipiélago la plataforma perfecta para los viajes transoceánicos, una puerta de entrada a una rápida cinta trasportadora marina que en apenas un mes permitía viajar con seguridad hasta el Caribe americano. Y así Canarias se constituyó durante los tres siglos siguientes en la base adelantada en la que las flotas hispanas que iban a América realizaban su último abastecimiento antes del gran viaje, y también fue así como se convirtieron en objetivo prioritario de todos aquellos que intentaron acabar con el cordón umbilical que unía España con su imperio, especialmente Inglaterra. Fue este país, Gran Bretaña, desde 1707, el que atacó continuamente las islas; durante los siglos XVI, XVII y, de manera casi obsesiva, en el XVIII. Los ataques británicos no acabarían hasta la dura derrota del contralmirante Nelson en Santa Cruz de Tenerife a manos del teniente general Antonio Gutiérrez de Otero en 1797. El casi hoy


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