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218 MANUEL MONTERO GARCÍA Anotan además los precios, de los que se quejan, y eran carísimos. Hemos podido comparar los precios con el dinero que solían llevar: no mentían cuando aseguraban que se lo habían gastado todo al llegar a la colonia. En realidad, los esquilmaban durante el viaje. Sabemos que tal negocio lo hacía básicamente la tripulación del trasatlántico. Los soldados recibían rancho, pero este era escaso. Varios confirman que debían comprar agua y que esta resultaba muy cara, a un real el vaso “y caliente”. “Los ocho días primeros los pasamos muy mal sin probar el agua, y después nos vendían agua a peseta el vaso de medio cuartillo” relataba un soldado. Una pinta de vino salía “tres pesetas” “y no se podía beber”. “Aquello era un robo muy grande” concluía un campesino baracaldés que habría de morir en Cuba. Tenía razón en la carestía, al margen del despropósito de que los soldados hubiesen de adquirir productos tan básicos como agua, pan o carne. Ya en las colonias las quejas no se referían en sí mismo al servicio militar, sino a deficiencias organizativas. Saltaban también por la comida, si era poca o repetitiva; por la bebida, si el agua era escasa o las bebidas alcohólicas salían caras; por la ropa, si les faltaron los repuestos. También por dormir poco o en malas condiciones. Las protestas de los soldados se debían a deficiencias en las condiciones de vida básicas. “Nos hacen pasar mucha hambre con una ración cada día y dormir en las maniguas” contaba un soldado en diciembre de 1895. “Yo no creía que iba a pasar nunca tanta hambre y tanta sed, pues ya veo que esto no es matar soldados con bala sino de hambre” contaba otro soldado que durante medio año había participado en continuas operaciones. Escribía desde Holguín el 5 de febrero del 96, unas semanas antes de que lo matasen en un enfrentamiento. “La enfermedad es que comemos poco”. “Aquí sabrá que pasamos mucha hambre y sed. Carne nos dan mucho, pero crudo, que lo tenemos que hacer nosotros”. Varios soldados repetían las quejas. Con todo, la imagen general que proporcionan los soldados no es de escasez ni deficientes avituallamientos. Tales problemas desaparecieron en la primavera del 96, al estabilizarse la guerra. Las quejas mencionadas son de los primeros meses de la guerra. Las últimas de este tipo son de marzo de 1896, excepto en una ocasión en Filipinas, “estuvimos quince días que pasamos media hambre” contaba un soldado, pero su relato no se refería a cuando estaban en el cuartel sino a una operación. En todo caso, los de Filipinas no cuentan los apuros que hubo en Cuba. A partir de abril del 96 ningún soldado de los que estaban en Cuba menciona penuria en la comida, y eso que era una cuestión sensible, de las que se informaba a la familia. Al contrario, desde esa fecha los soldados expresaban Revista de Historia Militar, 121 (2017), pp. 218-234. ISSN: 0482-5748


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