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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 918

En el itinerario de reconocimiento de Hernando de Soto el río Misisipi suponía, en su opinión, un tremendo obstáculo para su misión.  El punto que empleó para su vadeo ha sido motivo de diversas investigaciones. La primera comisión, nombrada al efecto por  Franklin D. Roosevelt en 1935, determinó que  lo hizo probablemente donde permanecieron construyendo barcazas durante un mes y lo atravesó de noche para no despertar la hostilidad de los nativos. Investigaciones más recientes sugieren otros lugares en Misisipi: Commerce, Friars Point y Walls, además de  Memphis, en Tennessee, donde actualmente un puente lleva su nombre. Una vez al otro lado del río prosiguieron con la exploración en dirección oeste a través de los Estados actuales de Arkansas, Oklahoma y Texas, y pasaron el invierno en Autiamique, en el río Arkansas. En este lugar algunos cerdos de la piara que acompañaba a los expedicionarios se extraviaron y quedaron el libertad, y se los considera los antecesores de los hoy famosos cerdos «cerreros» o «ferales» de Nebraska. En 1541 los miembros de esta expedición se convirtieron en los primeros europeos en contemplar el valle de Hot Springs en Arkansas, donde miembros de muchas tribus de nativos americanos se reunían pacíficamente para disfrutar de las propiedades curativas de las aguas termales.  Las tribus mantenían acuerdos para dejar a un lado sus enfrentamientos y compartir en paz las aguas termales curativas. Hernando de Soto permaneció en aquel lugar, del que tomó posesión, y tras un duro invierno la expedición comenzó un desplazamiento errático.  Juan Ortiz había fallecido y la situación se tornó complicada para encontrar fuentes de alimento, dada la dificultad de entendimiento con los nativos a falta de intérprete.  La expedición penetró en profundidad en el río Caddo, donde se enfrentaron con la gente tula (en el oeste de Arkansas, en octubre de 1541), nativos que fueron definidos por los expedicionarios como los guerreros más hábiles y peligrosos que habían encontrado. Seguidamente se dirigieron al río Misisipi. Tras una titánica exploración, el 21 de mayo de 1542 moría Hernando de Soto, a los 42 años de edad, víctima de unas fiebres contraídas como consecuencia del rudo batallar y el trabajo incesante que, aún hoy, asombra a cualquiera que 102  REVISTA EJÉRCITO • N. 918 OCTUBRE • 2017 observe sobre un mapa el itinerario que ejecutó y en tan breve espacio de tiempo, que comenzó desde la bahía del Espíritu Santo, a la altura del paralelo 29, donde desembarcó el 1 de junio de 1539. Cronau afirma que «poco antes de morir se despidió de sus capitanes y soldados, y entregó el mando a Luis de Moscoso». Sus soldados, temerosos de que los indígenas profanasen el cadáver de su general, construyeron un ataúd vaciando el tronco de un grueso árbol, envolvieron el cuerpo, lo lastraron y lo sumergieron en el Misisipi. El relato de esta dura y penosa expedición fue escrito por Luis Fernández de Biedma, factor de la expedición, quien recogió el descubrimiento del Misisipi, al que puso «Grande» y las grandes pérdidas que tuvo, incluyendo la suya. Luis de Moscoso, fallecido Hernando de Soto, marchó en dirección oeste y llegó al noroeste de Luisiana; prosiguió hacia Texas, donde esperaba poder encontrarse con Coronado y llegó hasta el río Brazos, para luego regresar sobre sus pasos al Misisipi, desde donde navegó hasta el río Pánuco y, costeando el golfo de México, para finalmente desembarcar y marchar a Ciudad de México, desde donde escribió dos cartas al rey y donde contrajo matrimonio con su prima Leonor, hija de su tío y protector Pedro de Alvarado. Tras infinitas penalidades terminaron la epopeya 300 supervivientes, desnudos, famélicos y casi moribundos, resto del brillante ejército que había partido de La Habana unos pocos años antes. Mientras tanto, una expedición al mando del capitán Diego de Maldonado y de Gómez Arias, capitanes de Soto, recorrieron desde Cuba las costas del Seno Mexicano y las orientales de La Florida hasta llegar cerca de la Tierra de Bacalaos, desde donde sin noticias de su adelantado regresaron a La Habana. La narración de la muerte de Soto y su entierro nocturno en el río Misisipi, escrita por sus soldados Carmona y Coles, recogida por Garcilaso en su obra La Florida, es de un notable valor literario y está considerada por los especialistas digna de ser incluida en las antologías de la literatura hispana en Norteamérica. A partir de este momento comenzaron a aparecer piratas franceses que ya en 1551 infestaban las costas de La Florida. Tras la polémica de si eran mejor o no las expediciones misionales


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