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REVISTA GENERAL DE MARINA OCT 2017

RuMBO A LA VIDA MARINA antes fue esplendorosa criatura, ahora convertida en heces. Con lo que el problema en aquellos acuarios no era dar de comer adecuadamente a unos extraños seres porque todos se comían entre sí; la gran dificultad estaba en poder controlar sus deyecciones, tan imprevistas y copiosas que todo el sistema de depuración del acuario no daba abasto, se colapsaba, y el medio se hacía inhabitable por la excesiva contaminación de residuos orgánicos, muchos de ellos tóxicos. El autor, por tanto, estaba creando en su casa una situación artificial que no podía repetirse en la inmensidad de una mar que se asoma sin puertas al infinito. Porque, en cualquier caso, cuando un retazo de la mar se vuelve hostil por cualquier razón, por falta de alimento, por ejemplo, surgen las grandes migraciones de las ballenas o las mucho más cortas de las larvas móviles de los animales sedentarios en demanda de un lugar más hospitalario en el que poder sobrevivir. Y problema resuelto. Pero en aquel acuario convertido en cárcel de cristal se instalaba el caos porque se había transformado en el corazón de las tinieblas, y el instinto de supervivencia se había adueñado febrilmente de todos sus torpes inquilinos, cuya única obsesión era huir, alejarse a toda costa de aquel infierno para salvar el pellejo, pero aquello no podía ser porque el acuario era el cliché en negativo de la cárcel de la isla de Alcatraz: un atisbo de agua rodeado de tierra tenebrosa por todas partes. Pero allí nadie daba sus espinas a torcer. No sabiendo qué hacer, las estrellas de mar decidieron partirse en pedazos. Y cada uno de aquellos muñones andantes abrazaron la personalidad de un fantasma que buscaba compulsivamente una imposible salida a sus males. Me ratifico: muñones andantes, delirantes porciones desbocadas en marcha, un cuento macabro. Ya os contaré. Las anemonas también abandonaron su quietud ancestral y vagaban sin rumbo fijo pegadas a los cristales en postura insólitas, las holoturias vaciaban sus entrañas en masas patéticas de redes intestinales y las comátulas daban saltos impropios de su ancestral sopor y caían desfallecidas a cámara lenta, como hojas de otoño, muertas, al fondo del inhospitalario acuario. Al igual que en la huida de los diez mil de Jenofonte, lo único que mantenía vivas a las estrellas de mar, a las holoturias, a los erizos de mi acuario era fugarse de aquel ambiente atosigante, sobrepasar el corazón de las tinieblas cruzando la barrera de cristal para volver a ser libres y lograr vivir un poco más, conseguir llegar, al precio que fuere, aunque fuera a pedazos, a una mar incontaminada y generosa, como cuando las falanges mercenarias del Anábasis vislumbraron el mar Negro y, cual si fueran bestias hambrientas y enloquecidas, lanzaron aquel rugido esperanzador de «¡Thalassa, thalassa!» (¡La mar, la mar!). Continuará… 496 Octubre


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