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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 919

REVISTA EJÉRCITO • N. 919 NOVIEMBRE • 2017  115  SECCIONES FIJAS su mano, le asedian. Y nada puede consolarle que tales muertes lo fueran para salvar no ya su vida, sino la de sus inermes compañeros. Al recordar, perece. Llegada la noche, ni duerme ni descansa. Revivir lo sufrido duele, pero recapacitar por lo no evitado es pesadilla que prosigue, incluso superado el alba. Y aún quedará todo el día por delante. Esas inminentes horas pueden convertirse en un martirio o abrazada tregua. Dependerá de gesto y voz femenina: sean besos, consejos, silencios compartidos y hasta sufrimientos presentidos. De ahí al suspiro y la sonrisa, corto será el trecho a recorrer. Hablamos no ya de enfermeras ni de monjas, sino de esposas, hermanas o hijas del superviviente martirizado. Para las Españas en Ultramar y las de África, esas mujeres salvaron mentes y cuerpos, pero también familias y descendencias. Nadie las condecoró, nadie las ayudó. En la recuperación de sus casi perdidos esposos o hijos, su bien ganada distinción obtuvieron. QUIRÓFANOS EN ALUMINIO, MENTE DE ACERO PARA SUPERAR LA MUERTE DE DOS HERMANOS Aquellos barracones fueron ideados por Rodolphe Haccius, ingeniero helvético, contratado en octubre de 1925 por Carmen Angoloti, alma mater y pulso constante de la Cruz Roja Española (CRE), quien contaba con su alma gemela y activísima donante: la reina Victoria Eugenia1. Existen fotografías, en el Archivo General de la Administración, de la simbiosis entre la clarividencia de Haccius y la respuesta constructiva de Carmen Angoloti y Doña Victoria Eugenia. En una de ellas, tomada entre mayo de 1926 —terminación del hospital en Cala Bonita, dotado con cien camas— y el final de aquel verano, penúltimo de la guerra del Rif, aparece Carmen, expresión satisfecha ante rutilante quirófano manufacturado en aluminio, anclado a un sólido pilar esmaltado, del que sobresalen ruedas de giro y manijas de maniobra, rodeada de sus enfermeras, entre las que, pese a encontrarse en la tercera fila, se percibe la tenue sonrisa de María Fuencisla de la Paz Orduña, alta como ninguna y artillera con puntería frente a reiterados desalientos o avisos de «imposibilidad manifiesta». Todo es factible para quien ha superado la pérdida de sus hermanos con menos de un día de diferencia: el capitán Federico de la Paz Orduña, 23 años, en la cima del incendiado Igueriben, al pie de su silenciosa batería Schneider de 75 mm, sin munición para sus piezas, calmo él ante la avalancha de furias y alaridos que se le echa encima, siendo entonces las dos y media de la tarde del viernes 21 de julio de 1921. A cinco kilómetros en dirección noreste, su hermano Miguel, de 30, capitán artillero en el campamento de Annual, hacia el mediodía del sábado 22, jornada de luto para el Ejército al suicidarse el general Silvestre y perecer la tercera parte de su acribillada columna en su retirarse hacia el siniestro Izzumar, seguir hasta Drius, salvar la vida en el cruce del Igan —merced al sacrificio de los jinetes del regimiento Alcántara— y alcanzar Arruit, para resistir allí once días y ser degollada nada más rendirse (09.08.1921). En estas imágenes, los padecimientos individuales no salieron a la luz. El elemento purificador era la mujer: fuese dama enfermera, monja de la Caridad o sierva de María, asumió que su función no consistía solo en sanar los cuerpos, sino también rehabilitar confianzas discapacitadas o risas extintas sin razón clínica explícita. Su fórmula, sencilla: todos afuera, que luce un sol que da gloria y nos harán fotos. Con fechas que hacia el final de la guerra ansiosas corrieron —«5-2-27», «3-3-27», «17-4-27», «1-5-27»—, convalecientes y cuidadoras, españoles hospitalizados y hospitalarios rifeños, dejaron atrás furias y penalidades. Vivir sin olvidar la guerra sufrida si no se quiere repetirla. Lucidez, que no penitencia del militar sobreviviente, centinela de acechantes excesos. El hecho de salir al campo en aquel Rif en calma, excombatiente de sí mismo, que se hallaba a dos meses y diez días de conocer el final de una guerra de siete años —discurso del general Sanjurjo en Bab Taza el 10 de julio 1927— para ver el azul del mar y el transitar de las nubes desde las arenas de Cala Bonita, recuperó no pocos casos irrecuperables. La medicina que mejor cura es la que llega de puntillas, pero junto a quienes han hecho del auxilio y el afecto su forma de ser, su huella de fe, su patronímico. MILÁ, CUERPO DE LEONA Y MENTE MATEMÁTICA PARA ENCAJAR PROBLEMAS Y SOLUCIONES Mercedes Milá renovó sus votos sanitarios en la inmensidad bélica de Rusia. Subsiste una fotografía de la época, en la que aparece al frente de


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