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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 921

SECCIONES FIJAS La escuela de Zaio en la actualidad REVISTA EJÉRCITO • N. 921 DICIEMBRE • 2017  113  JINETE QUE A LAS TROPAS ENDEREZA TRAS CAER EN FATAL DESASTRE Y SUS VIDAS SALVA Aquella sofocante jornada de torpezas, trampas y muertes, el comandante Morales fue requerido por el general José Marina y Vega, gobernador de Melilla, de quien era uno de sus ayudantes, para que se situase a su lado. Gabriel, fíjate: mira cómo el flanco derecho de la columna Pintos ni sube monte arriba ni avanza; mientras que el izquierdo sigue avanzando de frente. Van a meterse dentro del barranco. Sácalos de allí ahora mismo2.. Y entérate qué demonios le pasa3 al jefe de la Brigada, pues nada me cuenta. Morales tenía 44 años. Estaba fuerte de cuerpo y andaba bien de vista. Y en cabalgar igual. En minutos se vio metido de lleno en batalla imposible. Desorden y brotes de pánico. Los batallones de la izquierda —Arapiles, Llerena y Las Navas, todos de cazadores—, soportaban intensísimo fuego. Los de la derecha— Barbastro, Figueras y Madrid—, bloqueados seguían. Unos y otros deslumbrados por un sol cegador no localizaban a quienes, desde trincheras someras u ocultos entre la gaba (matorrales espesos) les apuntaban y fusilaban. Morales se entera que al general Guillermo Pintos le han matado de un pacazo (tiro) en la frente cuando se hallaba recostado en un peñasco, fatigado su caballo y él también. Su relevo, coronel Federico Paéz Jaramillo, ordenó a los de Arapiles que reforzasen a sus camaradas en apuros. Tal orden era inviable por lo inútil de la misma: las tres compañías de Arapiles, situadas como reserva en Los Lavaderos, habían sido movilizadas por el capitán Ángel Melgar y Mata, quien, enrabietado por la matanza que no cesaba, tras arengarlas con ardiente palabra, se las llevó consigo. Hacia la gloria póstuma. Melgar será uno de los ocho laureados por los combates en Ueld Dilb (Barranco del Lobo). Poco después Paéz Jaramillo sufría brusca caída de su caballo, golpeándose con el lecho rocoso de un torrente. Magullado e imposibilitado de tenerse en pie, fue evacuado. Con miradas que echan lumbre, Morales reorganiza la defensa. Los cazadores se retiran por escalones, apoyándose unos a otros con sus descargas. Los rifeños acusan los impactos y sus filas clarean. Morales se crece y sus tropas con él. En un torbellino de fusilazos, su montura da un brinco de muerte y al suelo de piedra van jinete y abanderada confianza. Morales se yergue, ileso. Pregunta por aquellos mandos que conociera cuando desembarcase la Brigada de Cazadores:


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