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más los capitanes Sabaté (jefe EM de la columna de Annual) y Valcárcel (artillería). Once opiniones, pendientes de la del convocante: Fernández Silvestre. El general presenta un rostro devastado por la ansiedad. Su exposición, en frases cortas, destruye creencias: «El enemigo vendrá (en lugar de “caerá”) muy pronto sobre el campamento»; «No tenemos municiones más que para un combate a ultranza; mañana debemos abrirnos paso hasta Ben Tieb»; «La operación, aunque nos cueste un 50% en bajas, será preferible a quedarnos aquí, de donde no saldremos ninguno». Ante adversidades tan inminentes, los reunidos se dividen entre quienes propugnan la resistencia a todo trance y los partidarios de una retirada en toda regla. Morales pone fin a tales divagaciones: «Es tarde ya para retirarnos ». Acosado a preguntas, Morales deja en nada lo indeterminado: «No 102  /  Revista Ejército llegaríamos a Ben Tieb». Manella hace suya tal afirmación, resplandor de crematorio que sobrecoge. Morales se torna fiero y advierte: «Si nos retiramos debemos salir en el acto». Y se deglute, pero como si fuese veneno, lo indicado por un Silvestre irreconocible, quien ordena inutilizar la artillería «dejando todo lo demás tal como está del campamento, es botín que puede entretenerles». Solo un jefe muerto en vida puede hablar así de sus baterías y artilleros, de sus soldados y deberes. El Consejo finaliza con cita para otra reunión a las 6 de la mañana. Habrá tercer Consejo, nulo al coincidir Morales y Manella en su oponerse a la retirada. Silvestre da contraorden: «Resistiremos aquí». Son las 7 de la mañana. Se cursan peticiones de ametralladoras, municiones de fusil y cañón, incluso de alambradas, dirigidas a los mandos en Ben Tieb y Dar Drius. Alborea afán de resistencia sobre Annual. El ejército no duerme. Escribe sus últimas cartas a la madre, esposa o prometida y al hermano menor para que cuide de los padres, pues se intuye que morirán, uno tras otro, en cuanto les notifiquen que su hijo ha «desaparecido» o ha sido hallado y enterrado está. DEL APOCALIPSIS AL GÉNESIS: EL «CAMPAMENTO DE DIOS» TRANSFORMA LA ATROCIDAD EN PAZ Silvestre, tras despedirse de su hijo (alférez Manuel Fernández Duarte), vuelve a su tienda. Al otro lado, desplome sobre barranco despejado. Manera Valdés y López Ruiz aguardan a su general. Morales y Manella, a su lado el capitán Ramón Arce, inician la subida al Izzumar. Se les unen el capitán Sabaté y Rey D´Harcourt, capitán médico. De las cortaduras del Izzumar no cesan de rodar gritos de auxilio, alaridos por torturas y letanías coránicas de justicia. Los cinco se juramentan en darse muerte de verse incapacitados para defenderse. Antes de coronar el Izzumar, Morales encaja un tiro en una pierna que da con él en tierra. Le suben a un caballo y el grupo prosigue desfiladero arriba. Otro tiro impacta en el tórax del coronel, de resultas del cual al suelo cae. Morales exige a sus compañeros que cumplan lo prometido: el tiro de gracia que le apartará de la crueldad rifeña. Nadie se atreve a cumplir tal ajusticiamiento. Morales, indefenso ante la tortura que le será impuesta, la soportará y a la muerte se confía. Extinta la vida, el alma vuela. Es tal la atrocidad a la vista que no hay cabida para tanto horror. Coge mayor altura el alma de Morales, impulsada por sus sentires ante las Santas Escrituras, donde se describen los pactos entre Labán y Jacob, hermanos que se donaron hijos e hijas e intercambiaron tierras y ganados, huertos y manantiales, pero que un mal día, disgustados uno con el otro, antes de caer en pelea cainita, Labán le propuso a Jacob: «Ven y hagamos un pacto entre los dos», a lo que Jacob respondió con una piedra que erigió como estela. Y a sus hermanos aconsejó: «Recoged piedras». Con ellas levantaron un majano, hito que señala El general Manuel Fernández Silvestre, comandante en jefe del ejército en Annual


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