Page 104

REVISTA EJERCITO 922

un día en el Rif de la existencia retenida tras desafiar al hosco Izzumar equivale a una vida entera. Mimún tenía 10 años en 1921. Se había jugado su cuerpo y futuro, mes tras mes, como rakkas (correo), portador de municiones y órdenes, alimentos o ungüentos medicinales para sus familiares y vecinos. En 1927 se alistó en una idala (harca auxiliar) bajo el mando de jefes rifeños proespañoles opuestos a Mohammed Abd el-Krim. Hablaba con vehemente agradecimiento de «Fanco» (sin pronunciar la «r»), por haberle permitido, a él y a otros chiuj (jefes) de los beni said y beni ulixek, cumplir con el rito coránico de visitar, una vez en la vida, las ciudades santas de Medina y La Meca. Su prefijo Hadj (o Hayy) ejercía como señal de alta distinción en tal sentido, transmitida a sus descendientes. Los Kassini disponían de una vivienda espaciosa aunque humilde. Su riqueza era la enorme sombra que la pared, casi vertical del Izzumar, proporcionaba a su predio, donde crecían paces y verduras, legumbres y bendiciones. Alrededor, paisaje sahárico: ninguna sombra más alta que un hombre. Pregunté a Mimún cuándo fue la última vez que llovió. «Entrado junio», respondió. Siete meses sin llover. En Abd en-Noor se subsistía gracias a los manantiales tutelados por el Izzumar. Me acordé de haber estudiado, en el Servicio Histórico Militar, el informe del coronel Enrique Salcedo Molinuevo (jefe del Regimiento San Fernando), en el que hablaba de «grandes nubes tormentosas entre Tistutin y Arruit», aquel 23 de julio de 1921, antes de las cuatro cargas del Alcántara sobre el cauce del Igan. Le pregunté a Mimún si recordaba que hubiera llovido el día en que Silvestre se diera muerte: «Aquel día de sangre, el de la gran huida de vosotros, isbaniuli (españoles), que tanto os cuesta pensar, el cielo estuvo en paz, pero días después llovió con tal violencia que solo podía ser ira del Altísimo». Si fue así, el Izzumar, sometido al castigo de granizo insistente y lluvia torrencial, pasó de cumbre petrificada a ola de purificación que barrió las tierras de Annual y solo se serenó al abrazarse con el mar. Allí no había ningún ejército al que aportar el agua 104  /  Revista Ejército de la vida, pero sí espirales de buitres y cuervos sobre los despojos de quienes defendieron Afrau y Sidi Dris hasta el martes 25 de julio. Limpios de sangre los degollados, perdían interés para esas bandadas de la carroña que, frustradas, se fueron. Héroes y ajusticiados en aguardo de sepultura quedaron. Seis meses después, en febrero de 1922, el sargento Francisco Basallo cumplirá humanitaria labor a la cabeza de su destacamento de prisioneros. Basallo y su abnegada tropa enterraron 697 cuerpos de españoles momificados. Su aflicción y respeto les devolvieron su condición de difuntos, eximidos del pecado y exentos de prejuicios. Dos días después del almuerzo en Abd en-Noor, al concluir el largo recorrido por la llanada de Bu Bekker y dar vista a los parapetos ruinosos de Hassi Uenzga (posición francesa), volvimos al Izzumar. Aguada para el calvario. Desolación. Habían desaparecido. Dedujimos que los Kassini, alarmados al descubrir junto a esos árboles, benditos para ellos, siluetas de ladrones, los habían desarraigado para plantarlos en tierra leal y vigilada. De aquel pesar fugaz surgió proclama: «Los árboles ocultos del Izzumar» (El Sol, 29 de julio de 1991). Debajo de las raíces de aquellos árboles introduje ramilletes de cintas: rojigualdas unas, encarnado-verdes otras, signos identificativos de las banderas de España y Marruecos. No puse cinta blanca alguna (por el rombo de la bandera del Rif Libre) porque los rifeños, aunque «lloraron el día en que España concedió la independencia a Rabat»2, ni siquiera hoy, cuando su «capital administrativa tienen que buscarla en Tánger», en vez de en Al Husaima, no se consideran secesionistas. En absoluto. Son patriotas, convicción duradera y en nada fratricida. Lo sucedido en el Izzumar y el holocausto en el monte Arruit (9 de agosto de 1921) deben considerarse el «apocalipsis» para España en Marruecos, con una aclaración fundamental: las matanzas del Izzumar y el Arruit no tenían causa inmediata ni justificación, puesto que respondían a gravísimos errores previos de Estado y Gobierno, no del Ejército (aunque sí por oficiales de la Policía Indígena) ni de España como nación, sino debidos a la avaricia de empresas colonizadoras (adueñarse de tierras tiradas de precio), torvos intereses de consorcios industriales, malsanas ambiciones diplomáticas y aquella imperial quimera de un rey equivocado. VENCEDOR ANTE EL CADÁVER DE QUIEN TANTO LE AUXILIÓ: «VENCER ASÍ NOS DESHONRA» Nuestro viaje por el Rif concluía en Alhucemas. El cementerio español seguía igual que como mi padre y yo lo viéramos en 1969; las playas de La Cebadilla, Sfíhia y Suani llenas de veraneantes y niños juguetones como delfines. El cambio residía en el agua: tersa como pradera y transparente como cristal. En el fondo, a unos 20 metros de profundidad, formas en tridente: anclas de las tres barcazas exbritánicas (las K-1, K-11 y K-17), supervivientes de los desastres de Gallípoli, hundidas por el temporal de levante que asolase las costas desde Melilla a Villa Sanjurjo (Alhucemas) aquel 11 de abril de 1927. En el hotel Mohammed V conocimos al hijo mayor de Ben Saddaui, afamado jefe de los bocoya. Su primogénito prometió presentármelo en Tánger, donde residía. Cumplió su palabra. Nunca olvidaré aquel encuentro. En 1985 Saddaui padre tenía 87 años y su porte era el de un auténtico amir (emir), «príncipe de la guerra». No cabía mayor hidalguía ni serenidad en cuerpo de hombre. El aura de amr (autoridad moral y prestigio social) que desprendían sus palabras y actitud eran evidencia notoria. En la durísima pugna por los montes Malmusí, Mohammed Ben Saddaui perdió a tres miembros de su familia y él mismo resultó gravemente herido. Había sido kaid-tabor (jefe de batallón) y lucido los tres cordones rojos que autentificaban su rango y valor. Sirvió a las órdenes del menor de los hermanos Jattabi, Mhamed Abd el-Krim, el estudiante de ingeniería de minas en el Madrid de 1917-1919, organizador del Ejército del Rif y gran táctico, a quienes todos admiraban («Hubiésemos dado la vida por él, cuando su afán era salvar las nuestras para preservar las libertades de nuestro pueblo, llegado el día en


REVISTA EJERCITO 922
To see the actual publication please follow the link above