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REVISTA EJERCITO 922

Guerras de independencia hispanoamericanas. San Martín atraviesa los Andes Seguridad y Defensa  /  21 y España a desplazarse hacia Centroeuropa. Las potencias centrales, una vez derrotado definitivamente Napoleón gracias principalmente a su fracaso en España, que contó con ayuda de Inglaterra, conseguían por fin su propósito. España podría haber enviado un ejército de más de 20.000 hombres a la batalla de Waterloo, como era su deseo inicial, y la historia de España y quizá de Europa hubiera sido otra. Sin embargo, decidió embarcarlo para intentar sofocar las sublevaciones, algo tarde en algunos casos, que estaban extendiéndose en ultramar y que dieron como resultado la independencia de Colombia, México, Venezuela, Argentina, Chile o Perú entre 1810 y 1830. Esa ausencia en la batalla final de la larga contienda europea, unido a que después de la guerra España estaba yerma, arrasada, devastada, exhausta y con más de medio millón de muertos, supuso la pérdida del sillón que le correspondía en Viena. Inglaterra se las compuso para dar el golpe definitivo al Imperio español, que tantos quebrantos le había ocasionado durante siglos, y logró que Francia, la potencia vencida pero no destrozada, ocupara el lugar de España. Francia era parte de esas potencias centrales y España volvía a ser periférica y con pocas oportunidades de unirse a la revolución industrial que estaba desarrollándose en Europa. El período de 1818 a 1978 representa para España una época de 160 años de aislamiento institucional, cultural y estratégico alejado de toda influencia internacional y del desarrollo industrial, casi un país tercermundista en desarrollo al menos hasta 1968 en lo social y económico, ya que en 1978 España llegó a ser el octavo PIB del mundo, puesto que perdimos en 2014 al bajar hasta el 17.º. Como he indicado, España al inicio del siglo xix pierde el puesto hegemónico global que había mantenido durante siglos a favor de Gran Bretaña, lugar que a principios del siglo xx asumen los Estados Unidos y consolidan después de las dos guerras mundiales. Finalizada la transición socioeconómica en España, que en mi opinión duró diez años (1968-1978), comenzó la difícil pero exitosa transición política, sometida a presiones de todo tipo, que finalizó, también según mi criterio, otros diez años después, en 1988, una vez que el ingreso de España en la Unión Europea (1986) y en la OTAN (1982) se habían consolidado y la alternancia política en el Gobierno se había materializado en las urnas sin traumas. Alguien llamó a aquella alternancia la «prueba del algodón» de la democracia española. Efectivamente, 20 años costó la Transición y no tres, como se suele decir. Esa es la principal lección que deberían aprender aquellas naciones que han seguido el ejemplo de España. Se empezó por los pilares básicos, no por el tejado; es decir, se realizó en primer lugar la transición económica, luego la social, en la época llamada de la «dictablanda» (década de los 60), y se terminó con la transición política, basada en los Acuerdos de La Moncloa. Se hizo bien. Desde entonces (año 1988) hasta ahora han pasado 30 años y España, a pesar de su falta de cohesión, de sus problemas estructurales, de sus tensiones centrífugas, de sus siempre presentes problemas de vertebración y también de la falta de algo tan importante como la ética de


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