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formar dos perímetros defensivos, uno para las horas diurnas y otro, más cercano, para la noche. Desde allí se divisaba a lo lejos el destacamento cercado de los tiradores de Telata y, a menos de 1.000 metros del anterior, se encontraba el cuartel de la Policía Indígena, también sitiado. A pesar de varios intentos no se pudo enlazar por radio ni con Sidi Ifni ni con Telata. Los paracaidistas estaban solos, sin enlace y totalmente rodeados por los rebeldes, que les disparaban desde orígenes difíciles de identificar y, por tanto, de repeler. La situación era desesperante y el teniente se movía por los puestos de tirador, de día y de noche, con alto riesgo de su vida para dar ánimo a sus hombres. En la madrugada del 26 la posición sufrió un fuerte asalto que, aunque fue rechazado con dificultades, causó la muerte del teniente Ortiz de Zárate y la de Vicente Vila, que había sido el primer herido en el bautismo de fuego de los paracaidistas. El único sargento de la sección, Moncada Pujol, tomó el mando, y contó con tres cabos primeros supervivientes, Jiménez Calderón, González García y Oliva Hernández, cuya actuación entre los soldados fue decisiva para mantener su moral. A medida que transcurrían los días el sufrimiento se agravaba aún más al no disponer de agua y debido a la escasez de comida que no cubrían los intentos del difícil abastecimiento aéreo. Las hojas de las chumberas se convirtieron en el único recurso para aliviar un poco la sed. Los tiroteos y asaltos no cesaban y los heridos iban aumentando día a día. Algunos, ante la desesperación por la falta de agua, empezaron a beber sus propios orines. Pero aún peor que la sed era ver sufrir a los heridos, oír sus gemidos de angustia y no poder ayudarles. Ellos veían la muerte cerca y la pedían o deseaban como una liberación. Así fueron transcurriendo los días hasta la madrugada del 2 de diciembre, en la que fue rechazado un nuevo asalto masivo. Ese mismo día, hacia las 14:00 horas, los sitiados oyeron hablar en lengua nativa. En silencio, los paracaidistas calaron bayonetas decididos a enfrentarse cuerpo a cuerpo al asalto definitivo. Cuál sería la sorpresa cuando, poco más tarde, aparecieron los hombres del IV tabor del Grupo de Tiradores de Ifni que venían a rescatarlos. Recién iniciado el conflicto se realizó el primer salto de guerra en Tiliuín y, posteriormente, en la operación Pegaso, en Erkunt, se realizó el segundo lanzamiento de guerra y último hasta ahora. Dada la proximidad del cuartel de la policía de Tiliuín a la frontera con Marruecos y a Goulimin, sede del cuartel general del Ejército de Liberación, los rebeldes que atacaban eran numerosos y se relevaban continuamente. 56  /  Revista Ejército nº 922 • enero/febrero 2018 A pesar del extenso perímetro de este cuartel, su guarnición se reducía a una sección de la Policía Indígena, a las órdenes del teniente Pradillo, reforzada con otra de tiradores mandada por el teniente Alvar y algunos civiles. Se habían producido varias bajas y siete heridos necesitaban asistencia médica. Por el este, paralela al muro del cuartel, discurría la pista de aterrizaje de un pequeño aeródromo. Para socorrer al destacamento se planeó la operación Pañuelo, que básicamente consistía en el lanzamiento de una compañía de paracaidistas que tomaría contacto con los defensores del fuerte, reforzaría sus defensas y, a ser posible, prepararía el terreno para el aterrizaje de los aviones. En caso contrario se esperaría a las columnas que por tierra iban a socorrerles y se evacuaría y destruiría el cuartel. El nombre de «operación Pañuelo» le fue adjudicado por el pequeño espacio de terreno en el que debía efectuarse el salto. El aeródromo no pudo ser utilizado por encontrarse bajo fuego enemigo. A las 2 de la madrugada del día 29, la 7.ª compañía de la II Bandera, mandada por el capitán Sánchez Duque, recibió la orden de alerta. Solo se prepararon las secciones de los tenientes Calvo Goñi y García Andrés, puesto que la tercera era la de Ortiz de Zárate, que estaba cercada en Telata. Como segundo jefe de compañía iba el teniente Soto del Río. Sus efectivos fueron reforzados con un equipo sanitario y una escuadra reducida de morteros de 81 mm. En total, la Fuerza estaba compuesta por 75 hombres distribuidos en cinco patrullas de a 15, una por avión. A las 10:16 horas los Heinkel-111 empezaron a despegar. Al llegar a Tiliuín bombardearon sus alrededores durante 30 minutos. A continuación, con las armas que llevaban a bordo, ametrallaron las zonas sospechosas donde pudieran estar ocultos los rebeldes. Mientras tanto, a las 11:05 horas se ponían en vuelo los Junkers 52 con los 75 paracaidistas a La actuación de unidades recién creadas en el Ejército y de gran impacto, como los paracaidistas, nunca ha oscurecido la magnífica actuación de los soldados de reemplazo, de los tiradores y de los policías que tan brillantemente actuaron En silencio, los paracaidistas calaron bayonetas decididos a enfrentarse cuerpo a cuerpo al asalto definitivo


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