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y desestimando las solicitudes de otras, podemos afirmar que daría mucho que hablar maledicentemente del presidente de la Comisión o el vocal de turno. Lo cierto es que CASA siguió fabricando los aeroplanos Breguet en años sucesivos precisa-mente 52 en España como indicaban las normas del concurso9 consiguiendo realizar una producción en cadena, y con el pa-so del tiempo se convirtió en la firma de referencia de la indus-tria aeronáutica en España. En otro episodio recuerda que: «Pasó en los veinte, cuando Junkers construyó un aeropla-no cuatrimotor para realizar con él la vuelta al mundo y a la vez obtener contratos de las compañías aéreas que, justa-mente entonces, se estaban planeando en varios países del mundo. Junkers era nuestro cliente y los alemanes trataban de obtener la concesión de una base aérea comercial en Se-villa, donde se había construido la torre para el anclaje de los zepelines». Y unos párrafos después: «Mi antiguo jefe y yo habíamos tenido que ir al aeródromo de Getafe a la llegada del cuatrimotor Junkers a Madrid en su viaje de propaganda. Se había preparado una recepción oficial con la asistencia del Rey. Cuando aterrizó el mons-truo, un poquito más tarde del tiempo señalado, el Rey y su sequito militar inspeccionaron el aparato detalladamente; el Rey insistió en volar en un vuelo de prueba y hubo que de-sarrollar un defecto mecánico –y diplomático– para evitarlo. Después, mientras las formalidades oficiales y el vino de honor seguían su curso, un ingeniero alemán tomó en sus manos explicar las características del aparato a los oficiales que formaban la comisión de compras en el caso de llegar a formularse un contrato, y mi jefe y yo los acompañamos, en nuestra calidad de representantes de las patentes». «El hombre tenía el título de Doktor, pero su nombre no se quedó en mi memoria. Era pequeño y delgadito, con pelo de arena de puro rubio … nos llevó a las cabinas donde estaban alineados los lujosos sillones para los pasajeros. Después nos llevó a través de pasillos como túneles que ter-minaban en las cabinas de los motores, y por último nos lle-vó a la cabina de los pilotos, separada de la de los pasajeros por una doble puerta corredera. La cabina de los pilotos tenía la forma de una semiesfera alargada, formando la parte curva de la proa del avión. La pared exterior estaba construida de una armadura de du-raluminio y paneles de cristal. Los asientos de los pilotos se elevaban en el centro de esta cúpula tumbada, como sus-pendidos en el aire, y suministraban una vista completa en todas direcciones. Aquí el Doktor hizo…». Me aparto del texto que, en resumen, pintando al Doktor con tintes funestos (manos depiladas de un gorila escondi-das debajo de la levita, dedos huesudos, articulaciones que parecían saltar de su asiento y adquirir formas contorsiona-das), enseña, solo a unos pocos entre los que estaban las autoridades militares, como lo que aparentaban ser rema-ches de sujeción de los asientos, en realidad eran tornillos y, desatornillándolos, en breves momentos, el lujoso avión de pasajeros se transforma en un transporte de tropas con compartimentos para llevar bombas, mecanismos para ti-rarlas, instalaciones para montar ametralladoras y puestos de ametrallador. En menos de una hora podríamos tener un perfecto avión de guerra. Es fácil localizar el Junkers cuatrimotor de tamaño mons-truoso en el ABC de 7 de noviembre de 1930 de la edición de Madrid (también aparece en el de Sevilla). Después, Barea, añade un comentario: «El viejo y famoso piloto de globos que estaba con noso-tros, y que yo conocía muy bien, se volvió a mí y murmuró: - Este tío es tan repugnante como una araña. Dan ganas de espachurrarlo de un pisotón». Cadena de montaje del Superbidón Breguet XIX en CASA (AHEA)


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