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dedicaban a golpear y golpear. Si algo caracterizaba a los tenientes del Ala 11, eran sus manos callosas. Otra cosa diferente eran las misiones de tiro al polígono de Caudé, en mitad de la Delta-104, en Teruel. Esas eran misiones casi diarias, cuatro aviones, cada uno con seis «bombetas» en cada «tortuga », de las rojas para tiro rasante o de las azules para bombardeo en picado. Previamente habíamos hecho el cálculo de la depresión para poner en el visor y habíamos repasado los errores más comunes a la hora del disparo y sus posibles correcciones: más ángulo, apunta corto; menos velocidad, apunta largo; más de uno y menos de otro a la vez… un lío. En fin, así eran la plancheta y todos los aviones de su generación, nada que ver con el cálculo continuo del punto de impacto ni de la suelta automática de los aviones actuales. Pero tenía su encanto, llegabas a «comprender» al avión y le dabas lo que te pedía, o lo intentabas. Por supuesto que el Mirage III también disparaba armamento real; bombas guiadas no, pero las MK y las BR las dominaba. Esos lanzamientos se hacían en las «semanas de Bardenas», cuando desplegábamos a Zaragoza para hacer tiro durante toda la semana. ¿Qué lejano parece eso ahora, verdad? Los pilotos, el equipo personal, los briefings… todo en el «igloo», aquella caseta prefabricada que albergaba a los destacamentos de todas las unidades. La convivencia era fantástica. Al salir de allí podías ver, entre los F1 y los F4 allí también desplegados, a tu plancheta que te esperaba con sus bombas cargadas, sus pinzas puestas y los mecánicos y armeros a su lado. Y el olor a queroseno. Sensaciones únicas que te hacían sentir un piloto privilegiado. Solo el olor a tabaco al ponerte la mascarilla te hacía bajar del sueño en el que estabas. Porque entonces se podía fumar en todos lados, hasta en el igloo… Las noches también jugaban un papel importante para mantener la camaradería entre todas las unidades. Los planes nocturnos solían empezar a fraguarse en el propio igloo, entre periodo y periodo de vuelo. Cenas de destacamento, cenas de promoción, cenas de amigos, cenas que de forma natural se mezclaban al final para terminar con una copa postrera. Pilotos, mecánicos, armeros… Recuerdo que los plancheteros siempre éramos bien recibidos, sin duda gracias al compañerismo que habían predicado nuestros antecesores y que habíamos aprendido nosotros. Y gracias también al espíritu de servicio que demostraba el Ala 11 cada vez que venían otras unidades a Manises para ejercicios con la VI Flota norteamericana (Poop Deck) o con motivo de las semanas de tiro aire-aire. Las de Zaragoza no eran, obviamente, las únicas salidas que hacíamos gracias a la plancheta. Nuestros intercambios con l’Armée de l’Air francesa eran habituales. Es lo que tenía volar aviones franceses. Durante los ejercicios NAVIPAR nos desplazábamos a diversas bases francesas para volar junto a sus Mirage III (¿planchettes?) o sus Mirage F1, lo mismo daba misiones Mirage IIIDE biplaza REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Mayo 2018 347


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