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de aire-aire que de aire-suelo. Éramos polivalentes. El mérito no era, en realidad, volar un tipo de misión u otra; el auténtico mérito, y ahora lo pondero más todavía, era que fuéramos capaces de entendernos en inglés con los controles. O en francés, al que también recurríamos cuando la lengua de Shakespeare se nos tornaba imposible. Entonces no era como ahora; muy pocos hablaban bien inglés y escasa era nuestra experiencia volando en espacios aéreos extranjeros. Pero lo conseguíamos. Muchas veces porque antes de ir a donde nos tocara nos pasábamos unas semanas repasando nuestros apuntes de inglés en casa para llegar un poco más «frescos». Y aunque no encontrábamos problemas para relacionarnos con nuestros colegas franceses en el trabajo sucio de las tardes-noches y hacer buenos amigos, hablar con los controladores era otro tema. No solo en Francia, porque también hacíamos intercambios de escuadrón OTAN en Bélgica, Italia o Alemania. Las relaciones sociales no eran un problema, no. Las aeronáuticas… Pero si había algo de lo que disfrutábamos los maniseros y que provocaba las críticas y envidias de los demás eran nuestros viajes al simulador. Otro regalo de la plancheta. En su día, cuando se compraron los aviones, se decidió no comprar el simulador, lo que nos obligaba a desplazarnos una semana cada seis meses a una base francesa de Mirage III para hacer los correspondientes periodos de adiestramiento. Lo mismo daba ir a Luxeil, Nancy o Colmar. Comidas rematadas con queso francés, largas conversaciones en las noches desiertas de los pabellones de oficiales franceses, risas y periodos muy intensos de simulador. Aprendíamos mucho, practicábamos la navegación radar a baja cota, hacíamos interceptaciones en ambiente de perturbación electromagnética (con el debrouillage) y repasábamos los procedimientos de emergencia sin parar. Los monitores franceses hacían su trabajo a la perfección y nos hacían trabajar a fondo; también se mostraban muy colaboradores cuando les pedíamos comprimir los periodos para terminar el miércoles por la noche. Eso nos permitía disfrutar de tiempo para visitar París, antes de nuestro regreso a casa. Un paseo por el barrio latino, una cerveza en los Campos Elíseos, algo de turismo y comprar quesos y patés para compartir en el guateque del próximo viernes en el bar. Bueno, alguna cosa más comprábamos para la biblioteca del barracón de alarma, pero eso ahora no viene al caso. Y hablando de alarmas. Retorciendo la famosa frase que pronunciara Winston Churchill, nunca tan pocos hicieron tanto por tantos. El Mirage III estuvo muchos años haciendo alarmas desde su barracón de forma ininterrumpida, mes a mes, semana a semana, día a día. Solo al principio y al final de su vida operativa las planchetas fueron sustraídas del honor de prestar este servicio a España. La carga era grande para los pilotos; rara era la semana que no tenías una alarma y no era nada extraño hacer doblete. Al terminarla por la mañana, corriendo al escuadrón para volar. Eran otros Pilotos del 111 Escuadrón de Manises. (Imagen: Gral. Jesús Pinillos) 348 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Mayo 2018


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