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EJERCITO TIERRA 928

a la vista de los indios y lanzara un ataque frontal para crear una distracción. Ocultos, Zaldívar con 11 hombres, se introducirían por detrás, escalarían el acantilado y ganarían una posición en la cima de Acoma. Villagra cuenta que todos aplaudieron y aprobaron este arriesgado plan y pensaron que podría funcionar por lo audaz que era. Durante las siguientes tardes, Zaldívar se acercó hasta la base del acantilado, y les gritaba a sus enemigos para prepararlos, como si fuera a atacarlos de frente. Los indios estaban impresionados por su agresividad, ya que este iba a ser el primer choque armado con los españoles. La acción de Zaldívar fue de gestos dramáticos, hechos con gran estilo, que los caballeros españoles tenían en alta estima. Era una reminiscencia de las guerras moras y de los sufrimientos con los aztecas y los incas, y también representaba una estrategia para un líder, que solo tenía unos 25 años, que intentaba distraer a los acomas de la trampa que les estaba poniendo. A las tres de la tarde, con el sol de invierno casi en el horizonte, al oeste, comenzó la batalla con una fanfarria de trompetas y con un asalto frontal contra la zona donde estaba el líder indio. Como si fuera un imán, esta acción atrajo a todos los indios a ese punto para proteger al jefe, justo tal como Zaldívar había previsto. Acompañado por Villagra, Aguilar y otros nueve, corrieron hasta el extremo más alejado de la roca y entonces, 106  /  Revista Ejército nº 928 • julio/agosto 2018 en palabras de un soldado, «escalaron las altas paredes… donde no tenían a nadie que les opusiera resistencia». Una vez arriba, sin embargo, su presencia fue descubierta, y gran numero de indios los atacaron. Entablaron una lucha feroz. Vicente vio cómo uno de sus enemigos estaba vestido con las ropas de su hermano Juan, muerto, y, con los ojos a punto de reventar, corrió hacia delante para darle un terrible golpe en la cabeza con su espada. Con la caída de la noche se paró la feroz pelea, y los españoles todavía dominaban una esquina de la meseta. A la mañana siguiente la expandieron trayendo a más soldados desde abajo, y con ellos un largo tronco que iban a usar como puente sobre una profunda garganta que dividía Acoma en dos partes. Algunos de los soldados cruzaron con el tronco y siguieron avanzando con él, pensando que lo podrían usar más adelante. Sin embargo, y casi inmediatamente, fueron atacados por una gran cantidad de acomas, que casi los superaron. Movido por la desesperación, un Villagra impulsivo consiguió reemplazar el puente, permitiendo que los refuerzos llegaran hasta la avanzadilla. Así fue como su acto de heroísmo se convirtió en uno de la saga de este conflicto, como él mismo lo relató posteriormente en un poema narrativo. Más tarde, al caer el día, Zaldívar ordenó subir con cuerdas el par de culebrinas, y el lugar entero tembló cuando estas se dispararon. La matanza fue en aumento y también el humo y el olor a la pólvora quemada. Al final del tercer día, Acoma se rindió. La población que quedaba, unos 500 indios en total, principalmente mujeres y niños, se entregaron. En el combate murieron centenares, el número exacto se desconoce, y algunos otros lograron escapar. A los españoles la victoria les pareció milagrosa. Debido a la sorpresa conseguida con la estratagema, solo murió un soldado, por disparo por error de arcabuz, aunque sí hubo bastantes heridos. JUICIO A LOS SUPERVIVIENTES DE ACOMA El 9 de febrero 1599 vuelve Vicente de Zaldívar victorioso, y don Juan de Oñate quiere empezar el juicio cuanto antes y nombra al capitán Alonso Gómez Montesinos como abogado defensor de los indios acusados. El 12 de febrero, después de tres largos días de deliberaciones y gracias a la magnanimidad de don Juan, les conmutan las penas de muerte impuestas y a cambio les imponen las penas siguientes: A los 24 hombres mayores de 25 años les cortan las dos falanges de un pie y les condenan a 20 años de servicio. A los hombres de 12 a 25 años, solo a 20 años de servicio. A las mujeres mayores de 12 años, a 20 años de servicio, y a los 60 niños menores de 12 años, se les traslada a un internado en México de educación católica. Para asegurar que las sentencias de las mutilaciones tenían la mayor repercusión posible, don Juan decidió que se hicieran en Santo Domingo y a lo largo de varios días. El resto de los prisioneros fueron llevados a San Juan para empezar su período de servicio lo antes posible. Don Juan de Oñate quería dejar bien claro en su mensaje que la resistencia por las armas a los españoles traería consigo un duro castigo. La realidad fue que en unos dos años la mayoría de los indios ya se habían escapado del servicio a sus señores y volvieron a construir un nuevo pueblo en la meseta en el que todavía viven en la actualidad. EL MORRO En el año 1605, don Juan de Oñate viajó hacia el oeste en una nueva Tipo de indio chichimeca


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