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EJERCITO TIERRA 928

Palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra en los años 20 del pasado siglo, actual Cuartel General del Ejército 11 ingeniero, de la aristocracia ampurdanesa y Fernando Baeza Saravia, magistrado de la Audiencia territorial y capitán de Infantería, son meritorios ejemplos. Don Marcelo, desde Almería, a sus 83 años, certificó Carta de Súplica, fechada (01.09.1928) al rey Alfonso XIII, a través del Ministerio de la Guerra, donde recibió «entrada» nº «874-28», con fecha «8 julio 1928». Dos meses antes de ser firmada. El membrete hizo de fiscal: «M. de la G.». Teclear 14 letras menos en una Underwood suponían 10 segundos, indicativo de las prisas que se vivían en Buenavista: el verano se acababa. Esa carta tenía como destinatario a un jefe de Estado en tránsito hacia lugares con libertina fama: Biarritz, Deauville, Enghiens les Bains, Evian, Montecarlo. La línea del placer y la despreocupación en la muy alegre Francia. Por mano vigilante de la tranquilidad de un monarca justísimo de tiempo, esa carta nunca le llegó a don Alfonso. El solicitante no reclamaba la Laureada para su hijo, sino la repatriación de sus restos «a la bendita metrópoli», pero en un avión militar, «porque aquello a lo que se ha sacrificado la vida, debe ampararse en la muerte », con el fin de que reposaran en Barcelona. Y el remitente concluía: «Esta es pues, Señor, la súplica de un padre afligido a la que no se puede cerrar el corazón». Alguno de los jefes con criterio que seguían en Buenavista mandó copia al teniente coronel Kindelán, quien se apresuró a recomendar la solicitud del apenado don Marcelo. Kindelán planteó de forma impecable su razonamiento: «Si hubiese que condensar en un nombre todas las virtudes y todos los sacrificios que pudieran ser norma para el oficial modelo de (nuestra) Aviación, ese nombre sería, indudablemente, el del entonces capitán Boy, ejemplo en paz y en guerra, cuyo recuerdo perdura entre sus compañeros como guía en el cumplimiento del deber». La respuesta ministerial fue vergonzosa: «El Rey q.d.g., (las prisas seguían, de ahí la minúscula para «Dios») ha tenido a bien disponer que, por conducto reglamentario, a don Marcelo Boy, residente en Almería, se le comunique que, a pesar del heroico comportamiento (¡!) del citado capitán Boy, cuyo recuerdo perdura entre sus compañeros (¡!), no es posible acceder a lo solicitado». Al corazón del Rey, por tantos alabado, otros lo «adornaron» con la hidalguía y argumentación de Kindelán, a las que plagiaron sin inmutarse. Eso sí, la Guía del Deber se la callaron. Don Marcelo esperó un año. Sintiéndose próximo a morir, decidió hacer de «rey justo» y repatrió los restos de su hijo, inhumados el 29 de septiembre de 1929 en el cementerio Suroeste de Barcelona. EL CORONEL «VAYA USTED A SABER» TIENE QUIEN LE ESCRIBE Y EL REMITENTE SUEÑO TUVO Diez años después, otro padre de héroe ignorado escribía carta «Al Generalísimo de las Tropas en Operaciones». El escrito rogatorio de don Fernando Baeza fue firmado en Pontevedra el 12 de octubre de 1938, en vísperas de concluir la batalla del Ebro. Su ruego no fue al vagón Terminus, puesto rodante del Mando nacional, sino a Burgos, capital del franquismo triunfante. El solicitante no reclamaba la Laureada ni repatriación de restos, sí modificar el Reglamento de la Orden de San Fernando, limitativo por lo descabellado del enunciado del caso 1º del Art. 58, al exigir, «a todo piloto El texto procedía del fiscal militar y el fiscal togado —bajo anonimato ambos—, quienes lo hicieron llegar al ministro de la Guerra para la resolución de Su Majestad. Ministro al respecto (conde de López Muñoz) y Rey desafecto (Alfonso XIII) a tales evidencias


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