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de Vilas para sustituir, en Nador, al citado Pérez Marín, quien no declaró en el juicio. En el retorno de Salgado a Nador se confirma su ímpetu guerrero: rearmar su avión; rellenar el depósito auxiliar de gasolina y reponer el principal para emprender vuelo hacia su afán: bombardear las líneas rifeñas, que ni respirar dejaban a la agonizante Tifaruin. Sin depósito alternativo de combustible ni bomba de gasolina reemplazada, suicida era cualquier misión. Toda la furia que Salgado llevaba dentro; que Vilas hizo suya pese al martirio de su herida, impulsó a los hombres del Tercio. Y cuando esos torrentes de milicia formaron un mismo río, vuelco completo dieron a batalla perdida, convirtiéndola en triunfo. LAS TRES RAMAS DEL ÁRBOL DE LOS JUICIOS: TRONCALES, PERIFÉRICAS E INDEFINIDAS En todo juicio para concesión de una Laureada, los declarantes constituyen tres grupos: «testigos presenciales», testimonios de capital importancia; los que siendo testigos alejados de la acción no pueden aportar detalles, pero asumen su relevancia y se apoyan en declaraciones de testigos cualificados. Este grupo, al que denomino «periféricos distantes», agrupa a quienes «declaran por referencias», y no pocos de los situados en este bloque, confunden hechos verídicos con agobios suyos, por lo que distantes acaban. El tercero lo integran quienes nada han asimilado, pues siendo testigos del hecho enjuiciado, se abstienen de votar. Declaran incómodos e inconcretos; o bien «por exhorto», al hallarse en destino distinto del que ocupasen cuando ocurrieron los hechos. Son los «indefinidos congénitos»: desesperan al juez instructor, minusvaloran valentías; las muertes heroicas ni les inmutan y al Reglamento de la Orden lo convierten en arcángel salvador de su atonía y miopía moral. Una característica les retrata: su memoria es parca y sinuosa. Estos son los «contradictorios perfectos». De los 35 declarantes en el juicio a Salgado y Vilas, los testigos troncales (presenciales), fueron veinticinco: el 68,57%. Los siguientes: general de brigada Enrique de Salcedo Molinuevo 8  /  Revista Ejército nº 928 • julio/agosto 2018 (coronel el día de los hechos); teniente coronel Francisco Franco Bahamonde (jefe del Tercio); comandantes Joaquín Ortiz de Zárate (ayudante de Franco), José Barcia Eleicegui (médico) y Manuel Canella Tapias (Tercio); capitanes José Asenjo (Tercio), Gabriel Clar Margarit (piloto), Joaquín D´Harcourt y Got (médico), Joaquín García Mouriño (piloto), Mohammed Ben Mizzian Ben Kassem (Regulares de Alhucemas), Manuel Osset Fajardo; Román Robles Pazos, Miguel Rodríguez Pavón, Manuel Tuero de Castro (Tercio); tenientes Fermín Hidalgo Ambrosy (Tercio), Antonio Munáiz Brea (piloto), Francisco Mira Monerris (Tercio), Luis Noriega González (Tercio); tenientes José Castellano Conesa, Ricardo Conejos Manent y Antonio Villar Gil de Albornoz, alférez Generoso Pérez Blázquez (los cuatro del Regimiento San Fernando 11); capellán Julián Moreno Muñoz (Tercio), suboficial Luis Hortelano. Diecinueve de los mencionados votaron a favor —el 79,16%— por seis nulos dada su indefinición persistente: Castellano, Conejos, Hortelano, Salcedo, Moreno y Villar Gil. Los tenientes Castellano, Conejos y Villar se abstuvieron. Castellano (folio 257) adujo que «no sabía si aquel avión iba tripulado por el teniente Salgado (¡!)». Dos años después de los hechos. En oposición, el alférez Pérez Blázquez (folio 227), sostuvo: «aunque la configuración del terreno le impidió presenciar la actuación del teniente Salgado, supo (con posterioridad) que su avión cayó a un barranco y muerto le sacaron y gravemente herido al teniente Vilas, elogiando todos la actuación de ambos aviadores ». Tres tenientes desmemoriados y un alférez con íntegra memoria. «Don Julián» declaró por exhorto (folio 123) con argumentación reprobable: «El


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