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CORTÉS Y EL MAR del Engaño (NAVARRO, 1994, pp. 45-96). Cortés y el grupo seleccionado embarcaron en las dos naves y pusieron rumbo a Santa Cruz. Ulloa dirigió a Cortés una relación de los sucesos de la exploración en el navío Santa Águeda desde la isla de Cedros (5 de abril de 1540). En el navío Trinidad continuó con la exploración y ya nunca más se supo de Francisco de Ulloa y de sus compañeros de navegación. Esta expedición se vio afectada de pleno por la manifiesta tensión reinante entre el marqués del Valle de Oaxaca y el virrey Mendoza, y este último no dudó en cortar las iniciativas que Cortés tuviera ya en curso («que ningún navío saliera de la Nueva España hacia el Pacífico») o que pusiera en marcha en lo venidero (detener todos los navíos que ya se hallaban en marcha sin su licencia) (31). A modo de conclusión Ciertamente, la defensa de Cortés se hallaba en la corte. Se presentó ante el Consejo y defendió sus intereses exclusivos en aquella exploración. No regresó, la muerte le recibió en Castilleja de la Cuesta. Sus sucesivos enterramientos son otra cuestión, pero más de cuatro siglos después, un texto pareciera referirse a él: «México lindo y querido / si muero lejos de ti / que digan que estoy dormido / y que me traigan aquí…» (32). La gran conquista cortesiana fue, sobre todo, una guerra entre la Triple Alianza y las naciones limítrofes, en algunas de las cuales Cortés encontró terreno abonado para sus intereses; en tal conquista la faceta naval jugó un papel necesario y relevante. Más que una pelea entre europeos y mexicas fue una contienda civil y, aún más, una guerra internacional mesoamericana en la que los aztecas fueron derrotados por otras naciones indias, sin menospreciar la participación hispánica. De hecho, Moctezuma perdió su reino, pero otros pueblos indios, como Texcoco y Tacuba, no lo percibieron del mismo modo. Decía el propio conquistador que los señores naturales seguían en su autoridad, obedecidos de sus súbditos, conservando autoridad, legitimidad y afinidad; muchos «caciques» tuvieron su papel en la sociedad hispanoindígena, de forma que las viejas tensiones interindígenas persistieron. Pero la capital debería ser reconstruida (33) y hay que aceptar que, así como hubo indios vencidos y (31)  «Memoria de Hernán Cortés al Rey de España acerca de los agravios que le hizo el Virrey de la Nueva España, impidiéndole la continuación de los descubrimientos en la mar del Sur», Madrid, 25, junio, 1540. Cortés, 1963, 406 y ss.). El mensajero que Cortés mandó del Santa Águeda, cuando hizo escala en Santiago, fue detenido por órdenes del virrey Mendoza y, en el tormento, informó al detalle (BORAH, 1971). (32)  Escrito por Chuco Monge en 1945 para ser cantado al estilo ranchero; cabría preguntarse si se trata de un texto inspirado por el testamento o es una simple coincidencia. (33)  Cortés (Carta cuarta, 15, octubre, 1524, en CORTéS, 2003, pp. 202-241) explica lo inconveniente de «Temistitlán» y lo oportuno de residir en «Cuyuacán», «porque como siempre deseé que la capital se reedificase, por la grandeza y maravilloso asiento de ella». Año 2018 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 83


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