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Ejemplar del libro Art de Jetter les Bombes (1687) 79 (entre estos destacarían los españoles Collado, Diego de Álava, Rojas o Cristóbal Lechuga). Y eso a pesar de que el mismo autor reconocía en su primera edición el no haber realizado hasta entonces en su vida ni un solo disparo de cañón. Sus desarrollos se basaban en la aplicación de unos axiomas todavía aristotélicos, de los principios de la geometría de Euclides y de reglas de proporción. Durante el siglo xvi, la necesidad de profesionales (sobre todo pilotos de navegación, cosmógrafos y artilleros) que el descubrimiento del Nuevo Mundo demandó reclamó la creación de ya verdaderos centros de formación, escuelas y academias que «dictaban sus manuales a los aspirantes » (literalmente, pues ese solía ser el método general de enseñanza teórica) y reglaban su enseñanza en conjunción con la realización de algunas prácticas. En nuestra patria destacaron las escuelas de la Casa de Contratación de Sevilla (1503), auténtico «Ministerio de Ultramar», con sus escuelas de mareantes y de artillería (1576) que tenían como fin el proveer de pilotos y artilleros a las flotas de la Carrera de Indias. Tras su viaje de coronación a Portugal y la comprobación de los medios y conocimientos con que contaban los cosmógrafos y matemáticos de aquella corte, Felipe II fomentó la creación de la Academia de Matemáticas y Fortificación, que puso bajo la dirección del arquitecto don Juan de Herrera y que tenía cátedras de Fortificación y de Artillería. Esta academia tuvo una dilatada vida (hasta 1687), pero no estuvo exenta de compaginar períodos de brillantez con otros de languidecimiento en los que la enseñanza de la fortificación, la artillería y la cosmografía fueron asumidas por los jesuitas, fundamentalmente en el Colegio Imperial (Seminario de Nobles), localizado entonces donde actualmente se encuentra el Laboratorio de Ingenieros General Marvá. Felipe II y sus sucesores de la casa de Austria fomentarían, asimismo, la creación de escuelas teóricoprácticas de artillería (que por entonces incluía a los ingenieros), de las que solo tendrían una vida relativamente brillante pero corta las de Sevilla y Burgos (1592-1625) y las de Madrid, Barcelona y Cádiz (1678- 1695). Parece que, en la Península, la administración de los Austrias prefirió la contratación de artilleros e ingenieros extranjeros que promover la formación de los peninsulares. Sin embargo, una de estas escuelas, la creada en Cádiz en 1575, puede considerarse el antecedente más antiguo con vida discontinua pero directa de lo que hoy es el Centro de Ensayos de Torregorda pasando por:


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