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JOSÉ ANTONIO TOJO RAMALLO Pacífico ―1.899 (48) (7,6 por 100)―, lo cual nos permite concluir que la segunda fue poco menos que inapreciable en lo concerniente a este parámetro, si bien, atendiendo a criterios de proporcionalidad basados en el volumen total de repatriados, se reducen sensiblemente las distancias entre ambas. Distinto fue, sin embargo, el flujo de heridos y enfermos en ambas repatriaciones. Mientras que la dispersión dominó por completo la procedente de Cuba y Puerto Rico, la concentración caracterizaría a la filipina. De hecho, tres únicos barcos ―Buenos Aires, Cachemire y León XIII― serían los responsables del traslado a la Península del 88,6 por 100 de los heridos y enfermos de la campaña del Pacífico. Correlativamente puede decirse lo mismo respecto a la cifra de defunciones: mientras que en el éxodo atlántico fue una constante, un goteo permanente, en el filipino el 63,37 por 100 de la misma se concentró en los dos primeros barcos llegados a Barcelona ― Buenos Aires y Cachemire―, frente al 36,63 por 100 inventariado en el conjunto de los 35 buques restantes. El primero de ellos, propiedad de la Compañía Trasatlántica, zarpó de Manila con 1.073 hombres, el 72 por 100 de ellos heridos o enfermos. Algunos habían sido embarcados sin esperanza alguna de ver de nuevo la patria. Sesenta y cinco hombres fallecerían durante la travesía, siendo despedidos con salvas y honores militares. El 8 de diciembre de 1898, tras treinta y un días de navegación, el Buenos Aires entraba finalmente en Barcelona. En tierra aguardaban multitud de compatriotas que habían venido a recibirlos. Familiares, amigos, autoridades y curiosos abarrotaban el Muelle de la Paz para dar una entusiástica bienvenida a los recién llegados. Algunos incluso habían pagado un módico precio a beneficio de Cruz Roja para presenciar el desembarque desde la cubierta del vapor Bellver, lugar privilegiado, parejo al palco de autoridades (49). Lo que iban a contemplar les helaría la sangre. Durante horas, a bordo del vapor, los médicos de la sanidad militar junto con sus homólogos de puerto se afanaron en explorar a los enfermos, colocándoles cintas de distintos colores en uno de los brazos, en función de su estado y gravedad. Una banda blanca exigía cuidados hospitalarios, pero el diagnóstico era moderado. Las de color azul demostraban peor pronóstico, necesitando atención hospitalaria prolongada. Si la cinta era de color verde, indicaba enfermedad grave, y los desahuciados eran marcados con tiras de color rojo (50). Una vez examinados, uno por uno, los hombres eran embarcados en las golondrinas en función de su estado de salud. Los más sanos descendían primero. Tras ellos seguirían aquellos otros enfermos de distinta consideración, y finalmente, en camillas, desembarcarían los graves y muy graves. (48)  Algunos autores cifran el número de enfermos repatriados en 2.478, volumen ligeramente superior al apuntado. Véase FLORES THIES, pp. 59-75. (49)  La Vanguardia, 10 de diciembre de 1898, p. 1. (50)  Las Noticias, 10 de diciembre de 1899, p. 1. 106 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 142


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