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LOS BARCOS DEL DESASTRE. LA REPATRIACIÓN DE FILIPINAS (1898-1900) hombres ―unos de los héroes más grandes que tuvo nuestra patria― merecían otro recibimiento. El 16 de enero de 1900 hacía su entrada en puerto el León XIII, con una expedición de 1.829 repatriados. Dirigía la misma el teniente coronel José Rodríguez, e incluía esta un gran contingente de prisioneros de los tagalos, dos religiosos y un centenar de oficiales con sus familias. A bordo venían las dos últimas compañías de Infantería de Marina destacadas en las Carolinas Orientales y Occidentales con sus respectivos mandos ―capitanes Salvador Cortés y Ricardo de Castro―, responsables de su entrega a los plenipotenciarios alemanes, garantes de su recepción. Hacinado en las bodegas, junto a la tropa, viajaba también un muchacho gaditano, de apenas veinte años, llamado José Ruiz Gómez. A bordo era conocido por todos como el «Cabo de Bolinao», por haber defendido durante cinco días, junto con otros doce compañeros cazadores y guardias civiles, la estación telegráfica de Bolinao ―única vía de comunicación inalámbrica entre España y las Filipinas― de los sucesivos ataques de los insurrectos locales. Tras cinco días sin dormir, exhaustos y con escasa munición, los defensores serían auxiliados el 12 de marzo por una compañía de cazadores que pondría fin al sitio dispersando a los sublevados. Gracias a la heroica actuación de ese puñado de arrojados defensores, las comunicaciones con la Península habían permanecido abiertas. A bordo del Isla de Panay llegaba el 22 de febrero un repatriado de excepción: el teniente coronel Vara de Rey, hermano de Joaquín Vara de Rey, difunto héroe de la guerra de Cuba y receptor a título póstumo de la Cruz Laureada de San Fernando por el valor sin igual mostrado en la defensa del fortín de El Viso, durante la batalla de El Caney. El 8 de mayo de 1900 arribaban a Barcelona, a bordo del León XIII, un puñado de voluntarios macabebes. Eran estos indígenas filipinos leales desde un primer momento a la causa española. Los comandaba Eugenio Blanco, un joven de treinta y tres años, de padre español y madre filipina que, junto con sus hombres, se había destacado en todos cuantos enfrentamientos ― Cavite, Alaminas, Batangas, Pampanga, Bataán, etc.― había participado contra los tagalos. Desde la derrota española en las Filipinas, Blanco y trescientos de sus hombres habían sido destinados a las islas Carolinas y a las Marianas, donde permanecerían hasta su venta a Alemania, en 1899. Perdidas todas sus posesiones, familias y haciendas, un puñado de ellos ―el grupo más estrechamente ligado a su líder― decidieron entonces dirigirse a la metrópoli por la que tanto habían luchado. Dos motivos les animaban a ello: obtener la nacionalidad por la que tanta sangre habían derramado, y recuperar los atrasos devengados, que les permitirían comenzar una nueva vida. Una segunda y última expedición arribaba a la ciudad condal un mes más tarde, el 8 de junio, a bordo del vapor correo Alicante (71), trayendo a bordo al mismísimo Blanco, 16 oficiales y 40 de su hombres más leales. Algunos de (71)  Ibídem, 8 de junio de 1900, p. 2. Año 2018 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 113


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