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ALEJANDRO ANCA ALAMILLO se encontraba este barco, el cual no se hallaba, en opinión de los prácticos, en disposición de hacer la expedición a San Thomas a Puerto Rico, no sin antes hubiera sido carenado». El ministro negó que la pérdida del buque fuera atribuible a su estado, a sus muchos años de servicio o a la impericia de su comandante, señalando que el suceso había sido fruto de un mar embravecido. El consejo de guerra de oficiales generales, reunido en La Habana el 7 de enero de 1879, dio comienzo al proceso, que se prolongaría hasta el 2 de abril siguiente, cuando, por unanimidad, absolvería al comandante del Pizarro de «toda culpa y pena», al entender que la pérdida del buque había obedecido a «un desgraciado e inevitable accidente de mar». Refrendada aquella resolución por real orden de 30 de junio de 1879, el 2 de julio el Ministerio de Marina resolvió, por medio de otra real orden, que a su comandante «no le sirviera de nota en su carrera la pérdida del vapor». Ya en el mes de agosto, el Ministerio, y en virtud de una nueva real orden, dio las gracias, por su conducta en el naufragio, a los jefes, oficiales e individuos del vapor, a quienes se recompensó con la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo. Mientras se instruyó el proceso, el gobernador general de Cuba informó al ministro de Ultramar de la conducta tanto del capitán como del piloto (Pablo Tomassini) del Carlo Frugoni, pidiendo que fueran recompensados (11) por el salvamento. Accediendo a la petición, el Ministerio de Marina, en virtud de las reales órdenes de 4 y 6 de noviembre de 1879, les concedió sendas Cruces del Mérito Naval, de primera y segunda clase, respectivamente. Además, y gracias a la suscripción que se realizó entre los generales, jefes y oficiales de todos los cuerpos de la Armada, Giuglio Frugoni recibió como regalo un quintante con pie y horizonte artificial, un anteojo dedicado, un cronómetro marino Losada también dedicado, un álbum de cartas marinas realizado por la Dirección de Hidrografía y un reloj de señora (para su mujer, quien, encontrándose a bordo, atendió y dio de comer a los náufragos) con incrustaciones de oro y plata. El peor parado fue el segundo maquinista del buque, quien al parecer perdió la razón a causa de la gran impresión que le causó el suceso (12). Fuentes Bibliografía ANCA ALAMILLO, Alejandro: Buques de la Armada española del siglo XIX. La Marina isabelina (1834-1867). Edición del autor, Madrid, 2012. (11)  Debemos señalar que, en Delaware, al capitán de fragata Juan N. Montojo se le abonó de inmediato, de manos del jefe de la Comisión de Marina de EE.UU., el valor de la comida consumida y el de los pasajes de la dotación con arreglo a la tarifa que regía en la Compañía Trasatlántica. (12)  Véase la página 3 del diario La Crónica de Cataluña en su edición del jueves 14 de noviembre de 1878. 144 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 142


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