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bajo las garras de un oso y a quién sucede su cuñado Alfonso, otro golpe de fortuna para la historia de España, pues este era hijo del dux de Cantabria, lo que ennoblecía la estirpe y, sobre todo, era hombre resuelto y de grandes luces, y contaba además con su hermano Fruela, guerrero excepcional, como lugarteniente. Alfonso, que muere en el año 757, y su hermano llevan a cabo una política de ocupación de la abandonada Galicia y, hacia el sur, comienzan el vaciado de la cuenca del Duero, llegando hasta la serranía Central y hasta la cabecera del valle del Ebro. Entran en Tuy, Zamora, Astorga y León y exterminan a todo agareno que se encuentran, pero vacían las ciudades llevándose a sus pobladores, patrones y siervos, y repueblan con ellos sus dominios norteños. Es la época de las pueblas, polas, etc., y así nacerán Pola de Gordón, Pola de Laviana, Pola de Allande y otras. Con estos pobladores, muchos de ellos de raíz goda, llega también el derecho germánico, que se incorpora junto al romano a las fuentes legislativas asturianas. Esta política tiene un claro efecto militar, pues en el futuro los ejércitos cordobeses no contarán con logística suficiente para realizar acometidas contra el reino y se centrarán más en el Levante. Por añadidura, su simple existencia y permanencia supone un foco de atención suficiente como para que los musulmanes no pongan sus ojos en los pequeños núcleos que resisten en los profundos valles pirenaicos, que darán lugar posteriormente a los condados de Sobrarbe y Ribagorza. Hasta que Córdoba se recupera e intenta retomar la iniciativa son tiempos que Asturias aprovecha para consolidarse, repoblar su territorio, como hemos visto, y, posteriormente, comenzar la repoblación del desierto del Duero durante el reinado de Ordoño I. Su éxito será su perdición cuando Alfonso III el Magno8 consolide la ocupación de todo el territorio y, a su muerte, reparta el reino (práctica nefasta de los reyes de León) entre sus hijos. Tras la tradicional lucha fratricida 38  /  Revista Ejército nº 931 • noviembre 2018 será Ordoño II quien, en el año 914, traslade la capital desde Oviedo hasta León, y con ello de nuevo los astures quedarán apartados del camino principal de la historia. Antes de que ese hecho se produjese, otra serie de elementos de suma importancia para la historia de España tuvieron lugar en el solar astur. En Liébana, el ya entonces famoso Beato, reafirma la predicación del apóstol Santiago en la Hispania romana, hecho del cual nunca se tuvo noticia clara y del que la historiografía moderna tampoco ha encontrado rastro; eran tiempos del reinado de Mauregato, al que también infundadamente se le adjudica el oprobioso impuesto de las cien doncellas, que había llegado al trono en el año 783, tras deponer a Alfonso el Casto. Este rey, que accede al trono unos años después, es un gran monarca que completa la repoblación del Duero, sufre dos acometidas musulmanas en la propia Oviedo que casi acaban con el reino, repuebla Oporto, toma Lisboa y alcanza Sevilla en una de sus incursiones pero, sobre todo, es durante su reinado que el obispo Teodomiro, en el año 814, da cuenta del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago. Tras un titubeo inicial, Alfonso peregrina a Compostela y erige una humilde iglesia para albergar el sepulcro. Será el inicio de una tradición milenaria, y hoy universal, y para la monarquía astur una grande y prestigiosa operación de mercadotecnia política. A MODO DE EPÍLOGO Y CONCLUSIÓN Para cuando Ordoño II se instala en León aquellos astures, tras las sucesivas campañas de vaciado del Duero y repoblamiento del reino astur, ya no son astures sino más bien asturianos, y como sus ancestros allá arriba, en el norte, con un acceso muy difícil, quedarán apartados del avance hacia el sur para los siglos venideros. Vuelven a aparecer los asturianos cuando el anónimo autor del Cantar de Mío Cid pone en boca del Campeador, en la Jura de Santa Gadea, aquello de que «villanos te maten, Alonso, villanos, que no hidalgos, de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos». Estamos allá por el año 1200 y los asturianos, lejos del prestigio de haber salvado España, eran considerados como lo peor de aquella Castilla y no había motivos, sino más bien lejanía, desconocimiento, como en tiempos de los astures, de aquellas tierras del norte. Unos años después, en la toma de Sevilla, será un capitán avilesino, Ruy Pérez, el comandante de la nave que rompa las cadenas que cierran el río y así permita la caída de la ciudad; el escudo de la villa recuerda el suceso desde entonces. Después seguirá la melancolía, si bien sus marinos siguen surcando mares a la caza de las ballenas y a la espera de ser de nuevo llamados a la puerta de la historia, momento que llega de la mano de Pedro Menéndez de Avilés, azote de los corsarios en el Cantábrico, más tarde almirante de la Flota de Indias y Adelantado de la Florida, gesta esta última para la que cuenta y nutre su expedición con marinos de los puertos asturianos. No será hasta la Ilustración que vuelvan a sonar los asturianos, de la mano de individualidades como Campomanes, Jovellanos o Marcenado. La región vive en un atraso secular, como atestiguan los relatos de viajeros extranjeros y el propio Jovino en sus escritos. Con la guerra de Independencia resurgen los astures y de nuevo su arrojo, pues serán los primeros después de las jornadas del 2 de mayo en nombrar un gobierno, la Junta Suprema del Principado de As- En el año 814, el obispo Teodomiro da cuenta del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago


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