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49 dirimiese en el futuro las disputas internacionales. Hoy día tal vez puedan parecernos utópicos, pero en esos momentos eran la salida más plausible, toda vez que a mediados de octubre finalmente el gobierno alemán los había aceptado como los cimientos sobre los que construir un acuerdo de paz. «Mientras los gobiernos británico o francés eran partidarios de castigar a Alemania y a sus aliados, el Presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, proponía sentar unas bases que impidiesen nuevos conflictos en el futuro» Aun así, Wilson también debía convencer a sus propios aliados. Por una parte, estaban las reticencias del sector financiero estadounidense, que había inyectado ingentes cantidades de dinero a las potencias de la Entente y ahora temía un impago si finalmente Alemania no se hacía cargo de estos gastos, y por otra estaba el temor generalizado a que Alemania pudiese volver a levantarse en armas tras unos años de tregua. Unos miedos que influyeron ya en las cláusulas que hubieron de firmar los alemanes en el legendario vagón de Compiegne3 el 11 de noviembre de 1918 para alcanzar un armisticio que recogían un inmediato desalojo de las posiciones ocupadas, la desmilitarización de su frontera occidental, el abandono de la zona que aún ocupaban en Rusia y renuncia a la misma, la entrega de ingentes cantidades de material bélico y el internamiento en sus aguas de su casi Woodrow Wilson intacta flota de guerra. ¡Eso únicamente para acordar un alto el fuego! Desde luego aquello se parecía más a la mano dura franco británica que a la mano firme tendida de Wilson, que los alemanes se vieron obligados a firmar ya que para los primeros días de noviembre la situación se había Friederich Ebert


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