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En Inmersión, tanto James como Dani inician un nuevo recorrido existencial desde el momento en el que se conocen. Un viaje que arranca en Navidades, en un hotel de Normandía, donde se aman, y que continúa, ya separados, en Somalia o en el fondo del mar. El descubrimiento del lugar donde los terroristas del ISIS fabrican sus bombas o la investigación sobre las bacterias que oxidan el azufre a más de tres mil metros de profundidad son actividades peligrosas, a las que se suponen están acostumbrados, pero a las que ahora están a punto de renunciar. Las dudas sobre la muerte, lo mucho que se echan de menos y el vértigo que supone la posibilidad de no volver a verse son obstáculos en el camino que ambos tendrán que superar. La «inmersión» del título no se refiere a la actividad acuática en la que se ven envueltos los personajes, sino a esa trayectoria interior a la que se enfrentan. Desde el enamoramiento inicial hasta el final abierto, el director parece decirnos que lo importante no es llegar, sino cómo se llega. James y Dani desde que se enamoran ya no son los mismos. Acostumbrados a la soledad, descubren con la pasión de su relación las palabras del poeta John Donne que resumen la película: «… Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.» F. D. C. V. CINE CON LA MAR DE FONDO 800 Noviembre


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