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Revista_Ejercito_933

El ego y la soberbia nos conducen a un juicio permanente y a movernos desde el prejuicio 6. ¿Te gusta decir la última palabra? ¿Sientes en tu interior una necesidad de añadir la palabra final, el comentario de cierre, la afirmación última a modo de que se note que estoy? 7. ¿Cómo distribuyes tu atención a jefes, compañeros y equipo o subordinados? ¿Y a tus hijos, marido o mujer? ¿Ofreces la misma calidez humana en el trato a unos y otros, en el trabajo, en casa, etc? 8. Cuando adquieres protagonismo, ¿es fruto de la generosidad con que haces lo que haces o generas ruido para cosechar lucimiento? ¿Buscas reconocimiento y aplauso particular o reconocen tu labor porque adquieres un brillo sin proponértelo especialmente? Como habrás comprobado, este cuestionario es todo un examen de conciencia, intenciones y acciones con las que queda al descubierto en qué medida nos comportamos desde el ego o desde la humildad, esa sencillez auténtica del ser. La última pregunta es esta: ¿qué conclusión 6  /  Revista Ejército nº 933 • diciembre 2018 obtienes? Debemos ser muy conscientes de que el ego y la soberbia nos conducen a un juicio permanente y a movernos desde el prejuicio, tanto para lo bueno como para lo malo. Desde el ego etiquetamos a personas y situaciones con bastante ligereza, sin tener en cuenta circunstancias que pudieran estar dándose en contextos que no alcanzamos a ver o comprender. Criticamos con irreflexión, entramos fácilmente en exageración y tendemos a inflar nuestra percepción a la hora de expresarnos. Con facilidad caemos en una falsa dignidad o en un postureo social bastante artificioso. Y, además de eso, nos conducimos a conversaciones y actitudes de «ataques-defensa» para cosechar lucimiento que nos incomodan y nos llevan a lo personal en cualquier aspecto que tratemos. Todo esto, combinado en distintas dosis e intensidades según los momentos y circunstancias que se den, acaba por generarnos dolor, dureza y distancia en las relaciones con otras personas, ya sea en la esfera privada o en la profesional. En todo ello subyace, de alguna manera, cierta sutil o evidente falsedad, engaño y maquinación. Dicho con otras palabras, la falta de limpieza de intención por estar teñida de ego es lo que en numerosas ocasiones nos lleva a la falta de comprensión del otro, a la no aceptación, a la incapacidad de olvidar y, con ello, a la dificultad para mostrar el afecto sano por las personas que forman parte de nuestro día a día, personas que requieren afecto y sentirse aceptadas tanto como nosotros. LA HUMILDAD DEL SER Mientras que el ego tiende al artificio y apunta a albergar cierta cobardía latente, el Ser es veraz y sobrio, sin apariencias ni dobleces, y se comporta desde la naturalidad valiente por ofrecerse a los demás en la verdad de su existencia, con todo lo bueno que tiene y lo que es menos bueno. La persona humilde, lejos de arrastrarse, reconoce y dice la verdad de sí mismo y se acepta en esa verdad, por lo que se ofrece a los demás con todo lo que es. En este sentido, la persona que vive reconociendo y aceptando la verdad de sí misma es una persona de una pieza, sin dobleces ni grietas existenciales. Son personas que podríamos llamar magnánimas (magna = grande; ánima = alma), personas de alma grande, algo que solo cabe cuando somos humildes. Una persona que tenga el alma grande y La humildad es el valor opuesto a la soberbia


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