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ANTES DE LA DIVISIÓN AZUL Reinlein siguió, a lo largo de su carrera, las vicisitudes de sus compañeros de armas, y fue destinado a África en los primeros años como teniente. Por méritos militares, en Melilla fue distinguido con la Cruz de primera clase con distintivo rojo en 1926. De ahí pasó a la Península con varios destinos; sufrió la disolución del cuerpo de artillería y terminó recalando en la 1.ª batería del 7.º regimiento de artillería ligera en el cuartel de San Andrés de Barcelona, donde tendría una actuación destacada contra el movimiento revolucionario de octubre de 1934. Pero sería en julio del 36, con el estallido 88  /  Revista Ejército nº 933 • diciembre 2018 de la Guerra Civil, cuando sus profundas convicciones y su vida se pusieron realmente a prueba. En medio de un ambiente de incertidumbre y de enorme tensión, aquel 18 de julio Reinlein siguió el artículo de las Ordenanzas Generales para oficiales según el cual «en los casos dudosos, tomará el camino más digno de su espíritu y honor» y votó a favor de la adhesión al alzamiento (como él mismo cuenta en una carta explicando su actuación, que aparece Permanecieron tres días y medio de lucha, sin comer, sin dormir y a 20º bajo cero en el libro La suerte del otro, de Rafael Pañeda). Al mando de un grupo de artilleros, salió a las calles de Barcelona, entró en combate, fue herido y capturado por las milicias anarquistas y condenado a muerte, una pena que se conmutó por la cadena perpetua. La suerte, el destino, empezaban a contarle entre sus predilectos en esas y posteriores beligerantes jornadas y a descontar vidas1. Recluido en prisión y sometido a presiones para cambiar de bando («ni con halagos, promesas, ni amenazas firmó» carta alguna de rehabilitación e incorporación al Ejército Popular de la República en junio 1937) llegó el final de la contienda. Reinlein era un militar profesional de vocación, un buen artillero y con talento para las matemáticas, gracias al cual patentó una regla de cálculo con milésimas artilleras que usaba todo su equipo. El despliegue a Rusia con la División de Voluntarios le daba la oportunidad de reencontrarse con la acción, para la que se había preparado toda su vida; si había guerra él no iba a quedarse en casa. Un oficial elige desde la Academia, o antes si, como era el caso, el peso del apellido marca un camino, y sabe que si llega una guerra es mejor que la traten los profesionales; es su oficio, ese fue siempre el argumento de su mujer a la hora de explicar a sus nietos la trayectoria Comandante Guillermo Reinlein Calzada de su marido.


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