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•  1 a favor de la duquesa de Montpensier (la infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II). •  19 papeletas en blanco. En resumen, 229 a favor de la monarquía y 63 a favor de la república. De este modo y con 191 votos a favor (156 sería mayoría absoluta) el presidente de las Cortes, Manuel Ruiz Zorrilla, declaró: «Queda elegido rey de los españoles el señor duque de Aosta». Inmediatamente, una comisión parlamentaria se dirigió a Florencia para informar al duque. El 4 de diciembre aceptó oficialmente esta designación y se embarcó poco después rumbo a España en la fragata Numancia. Pero un día antes de la llegada de Amadeo a Madrid para tomar posesión de su cargo, el general Juan Prim, su principal valedor, murió asesinado en un atentado el 27 de diciembre de 1870, en la calle del Turco en Madrid. ASESINATO DE PRIM Ese día todo estaba preparado en España para la inminente llegada de Amadeo I. En las Cortes (en la actual Carrera de San Jerónimo), el presidente del Consejo de Ministros era el general Juan Prim y Prats, con 56 años, además de ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus. Tras la firma de los últimos decretos en relación con la proclamación de Amadeo I, Prim se dispuso a volver a su residencia del ministerio de la Guerra (en el palacio de Buenavista, hoy en día sede del cuartel general del Ejército) y así preparar el viaje a Cartagena para recibir al monarca. Eran alrededor de las 19:30 horas y en Madrid caía una intensa nevada. Prim cruzó unas tensas palabras con varios líderes republicanos, se despidió de diputados y ministros y se dirigió a su coche1, que le aguardaba en la puerta de las Cortes, coche de dos caballos con cuatro ruedas, armazón cerrado con forma de taza y con cristales cerrados para proteger el interior del frío y la nieve. El cochero 98  /  Revista Ejército nº 933 • diciembre 2018 puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus dos acompañantes, el coronel Moya, que se sentó en el asiento delantero, y su ayudante personal, Nandín, que se sentó en el asiento trasero, a su lado. La berlina emprendió la ruta habitual, por la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), hacia el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista). Al llegar a la calle del Turco el cochero observó que había dos carruajes de caballos atravesados en mitad de la calle y detuvo la berlina en medio de la densa nevada. Un segundo después el coronel Moya se asomó a la portezuela para tratar de arreglar la situación y contempló con alarma cómo tres individuos de gran corpulencia se dirigían hacia el coche armados con lo que le parecieron carabinas, aunque uno de ellos llevaba con seguridad una pistola. No tuvo tiempo nada más que para decir: «Mi general, bájese usted, que nos hacen fuego». Bajo la intensa nevada, sus palabras quedaron interrumpidas por el estruendo de varias detonaciones, al menos tres por el lado izquierdo y otras dos por el derecho. Los cristales estallaron y uno de los asesinos consiguió meter en el interior de la berlina el tubo cañón del arma que portaba, tan cerca del general Prim que su cara quedó tatuada por los restos de pólvora. Su ayudante, Nandín, trató de protegerlo interponiendo su brazo desesperadamente cuando varios proyectiles le destrozaron la mano y quedaron esparcidos esquirlas y pedazos de su mano abrasada. La agresión duró solo unos segundos, los mismos que el cochero tardó en reaccionar y tirar bruscamente de los caballos, golpeándolos con su látigo casi por igual que a los agresores hasta romper el cerco y huir en dirección a la calle Alcalá. Al llegar al palacio de Buenavista (Ministerio de la Guerra), Prim y Nandín, heridos, descendieron de la berlina, ayudados por Moya y el cochero. El general subió por su propio pie la escalerilla del ministerio, apoyando en la barandilla una de sus manos heridas y dejando en el suelo un reguero de sangre. Al encontrarse con su esposa esbozó un gesto tranquilizador para decirle que sus heridas no revestían gravedad. Cuando llegaron los médicos apreciaron rápidamente los destrozos en todos sus dedos de la mano derecha, de tal gravedad que fue preciso amputar de inmediato una falange del anular y quedó en peligro de amputación el índice, aunque lo El general Juan Prim, principal valedor de Amadeo de Saboya, murió asesinado en un atentado el 27 de diciembre de 1870


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