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Quizá el espiritu del jefe se esté viendo amenazado por unos sistemas de información que le impiden imprimir su espíritu de victoria a sus soldados 23 múltiples sistemas sonando a un mismo tiempo. Blake, nuestro Blake malagueño, creó en 1810 el cuerpo de Estado Mayor ante la imposibilidad del jefe de emitir todas las órdenes por sí mismo. Alineado con Federico II de Prusia, el mayor influencer del momento, creó este cuerpo que aligeraba la carga de trabajo del comandante, le facilitaba la propuesta de opciones y el desarrollo y la transmisión de sus órdenes con un objetivo fundamental: la frescura del jefe para que, de nuevo, fuese capaz de optar por soluciones imaginativas que no fuesen previsibles para el enemigo. Casi todas las grandes batallas se ganaron sorprendiendo con acciones que parecían imposibles. El ataque frontal nunca fue epopéyico. John Keegan, en La máscara del mando, aporta el telégrafo como factor de desarrollo de los Estados Mayores. Una herramienta que facilita la transmisión de datos y la inmediatez en la recepción se convirtió en un medio que inundaba a esos Estados Mayores de una información que había que procesar, asimilar y difundir. Se necesitaban Estados Mayores… mayores; ese caudillo soñado no podía continuar en el frente en primera línea de combate, necesitaba la calma de la retaguardia para no verse tan implicado en la acción como para no poder dirigirla. Tan atrás se fueron algunos que llegaron al modelo de los generales de château en la Primera Guerra Mundial, en los que no solo no percibían el fragor del combate desde la moqueta a retaguardia de Verdun o Somme, sino que ni siquiera percibieron las necesidades y las miserias de sus combatientes. Kubrick los ridiculizó en blanco y negro de por vida en Senderos de gloria. La avalancha de datos para el planeamiento posiblemente no tenga fácil solución y el torrente informativo y de actualizaciones sea absolutamente imparable; quizá entonces la evolución deba encaminarse hacia su gestión simplificada más que a limitar su cantidad. En esta línea, lo que sí que se podrá corregir es la obsesión por el control de un número de datos infinito y la paranoia por evitar a cualquier precio que suceda lo imprevisto. Es indudable que, en este aspecto, la prensa inmediata, con sus neoformas, incluido el famoso «cabo estratégico», ha debilitado nuestra audacia. La hiperdifusión de nuestras palabras, de las imágenes, la vaguedad en algunos análisis guiados por la velocidad y la vertiginosa liviandad para extraer conclusiones en muchos foros acoquinan la mente del decisor que, velis nolis, mira de reojo la trascendencia y el riesgo de su mínima decisión. Twitter asusta más que el enemigo. El teniente «sostiene» la acción de su mando, el capitán («caputitis») es la


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