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velocidad choca con la reflexión y con la pausa, en la que esa inteligencia artificial podrá decidir una buena parte de nuestras cuestiones civiles y militares. Quizá entonces solo tengamos que elegir desde una poltrona y lleguemos a ese «paulocoelhismo» de conseguir la felicidad a través de la tranquilidad zen. «Estamos en la "cuarta revolución industrial", en la que la velocidad choca con la reflexión y con la pausa, en la que esa inteligencia artificial podrá decidir una buena parte de nuestras cuestiones civiles y militares» Si yo fuese Roberto Carlos (cantante, no futbolista), diría eso de «yo no estoy contra el progreso si existiera un buen consenso». No diría, en cambio, como Mafalda, «¡paren el mundo que me quiero bajar!». Se trata de convivir con algoritmos, sistemas, redes sociales, big data y otros engendros a los que nos tenemos que adaptar. Sin embargo, sí que se me encienden algunas luces de alerta ante el alejamiento de lo que nos hizo grandes como militares. Las gestas de los conquistadores parecen hoy realizadas por marcianos, porque dudo que haya un solo hombre capaz de hacer algo, ni siquiera diezmado en esfuerzo y gloria, comparable a aquellos esfuerzos bárbaros. Los ludistas del xix arrojaban sus sabot (zapatos aldeanos) a las máquinas para «sabotear» su funcionamiento y eficiencia que les robaba su trabajo y su esencia. No es nueva la prevención contra la máquina. La máquina y sus datos, los datos y su incontinencia de producción, los datos y su necesidad de aplicaciones interconectadas que trastabillan la inteligencia natural del mando llevándolo por un supuesto camino de perfección y blindando su defensa ante cualquier efecto colateral (que, por supuesto, también está previsto y valorado), pero… hemos matado el genio. Nos acecha la amenaza y la obsolescencia del hombre a remolque de las tecnologías. El genio no es patrimonio de Napoleón ni Wellington; el genio lo llevamos todos dentro, pero necesitamos frotar la lámpara para dejarlo salir. Necesitamos darle lustre a diario para que brille, ahora sí, con la ayuda de los sistemas maravillosos y sorprendentes que hemos creado. Se necesita de una relación simbiótica en la que el hombre se beneficie de los avances para desarrollar su genio, no para cegarlo. Para que la entropía informativa, ese ruido permanente que genera la información a paladas, sin destilar, con cientos de buceadores en redes abiertas y cerradas, no logre desorientarnos y podamos mantener el rumbo de lo importante, de lo prioritario, de recibir lo necesario para decidir, y no más. El Ejército ha sido y tiene que seguir siendo motor de cambio, impulsor de modernidad tecnológica, y, si no consigue impulsar, que se pueda al menos adaptar. Pero… si todos nos adaptamos a los nuevos tiempos, ¿quién se queda cuidando de los viejos?, ¿quién vigila la retaguardia por si esto falla?, ¿quién repasa la topografía por si hay que recurrir al plano? Los números ya no encajan. Para mandar a menos cada vez necesitamos a más, y al final aquí no pelea nadie, y sin guerreros no hay guerra que ganar. Necesitamos respirar aire puro, limpio, del que solo se encuentra en las alturas y sin nadie alrededor. El hombre empequeñecido, minorado, abrumado, tiene fallos, duda, es lento, desmemoriado. Mira de reojo a 26  /  Revista Ejército nº 934 • enero/febrero 2019 la máquina que lo supera y amenaza, que con un clic podría darle una solución inteligente y artificial a su problema táctico, pero quizá no sea ese el camino. Tendrá el hombre que subir un peldaño con tapones en los oídos y observar y escuchar el murmullo a nuestros pies en silencio, percibir que el monstruo crece, pero, para que lo haga con orden, tendremos que tomar unos pasos de distancia para que un uppercut no nos noquee y nos deje tumbados en la lona. El hombre del tiempo no es un oráculo infalible. Dice mucho y se le entiende poco. Se esfuerza denodado con sus mapas, en actualizar en near real time presente pasado y futuro aquí, allá y acullá; en el continente, en el país y en la aldehuela…, pero mi padre se pierde. El hombre del tiempo emplea los medios más avanzados y sus mejores intenciones. Habla, se atropella, se mueve y gesticula, quiere decirlo todo, pero todo es mucho; probablemente le parezca, incluso, que no hay alternativa al uso masivo de la tecnificación de vanguardia porque… son los «tiempos modernos» que imaginaba Chaplin. Pero el hombre del tiempo está produciendo bancos de niebla, vientos tormentosos, chubascos persistentes, soles cegadores que, con frecuencia, confunden a mi padre, que día tras día se vuelve a preguntar tras el torrente informativo: «Pero, al final… ¿qué tiempo va a hacer mañana?, ¿me pongo la chaqueta o no?».■ Se necesita de una relación simbiótica en la que el hombre se beneficie de los avances para desarrollar su genio, no para cegarlo


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