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NOTA EDITORIAL POR la proa tenemos un emocionante año 2019, pleno de motivos particulares para bucear en nuestra historia naval. Se trata del año del V centenario de la salida de la expedición Magallanes-Elcano, que a las órdenes del primero completó el abrazo hispano al mundo y del segundo realizó la hazaña de la primera circunnavegación. La comisión nacional para la conmemoración de la gesta, que durará hasta el año 2022, quinientos años después del regreso de la Victoria a Sevilla, ya tiene publicado su primer programa de actividades, institucionales y privadas, y está funcionando a pleno rendimiento para incorporar las que se van proponiendo. En ese programa participa el Instituto de Historia y Cultura Naval con una serie de conferencias y jornadas de historia a desarrollar durante todo el periodo de la conmemoración, de las que se irá dando noticia oportuna. Además en el año que entra se cumplen quinientos años del nacimiento de Pedro Menéndez de Avilés, insigne marino de la Carrera de las Indias y de la colonización de La Florida, motivo al cual el Instituto dedicará las próximas Jornadas de Historia Marítima. Dentro de la variada selección de artículos que publicamos en este número se debe destacar el titulado «El planisferio celeste medieval» porque su contenido trata de un tema que forma la base de la historia de la ciencia de la navegación. Es en los astros del cielo, sobre todo en el Sol y las estrellas, donde el hombre encontró el primer asidero que le permitió trazar sus caminos en la mar. En Occidente somos generalmente muy conscientes de la importancia que tuvo la navegación astronómica desde que nuestros navegantes comenzaron a hacer navegaciones del altura ‒aunque quizá estemos generalmente equivocados acerca de cuándo sucedió tal cosa‒, lo cual nos trae a la pantalla interior de nuestras mentes artefactos ciertamente sofisticados para su ejercicio, tales como astrolabios, sextantes y cronómetros, y publicaciones muy elaboradas, como los almanaques. Empero si volvemos nuestra vista un poco más atrás y más lejos, a las navegaciones de los polinesios antes de que nuestros grandes exploradores descubrieran el Pacífico, comprendemos que el conocimiento del cielo fue mucho antes del Renacimiento la gran ciencia de los marinos, por más que fuera ciencia primitiva. Por eso es oportuno un trabajo en que un autor de sólida preparación académica nos explica las primeras formas en que se plasmó gráficamente tal ciencia. Disfruten con él, y con el resto del contenido de la REVISTA.


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