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SARTINE, UN OFICIAL DEL CUERPO DEL MINISTERIO Alfonso de la HOZ GONZÁLEZ No hay potencia en el mundo que necesite más las fuerzas marítimas que España, pues es península y tiene que guardar los vastísimos dominios de América que le pertenecen. Representación del marqués de la Ensenada a Fernando VI, 1747. Llanto por la pérdida de un Imperio URANTE la segunda mitad del siglo XX y simultáneamente al desmembramiento del Imperio británico, empezaron a publicarse numerosas novelas de corte histórico que tenían como marco la batalla de Trafalgar y el posterior triunfo sobre Napoleón, dando al traste con uno más de los intentos de reunificación de la Europa continental, así como con los tres siglos de hegemonía del Imperio español. La elección de la época no era casual; aturdidos ante el súbito desmoronamiento de su dominio sobre sus otrora colonias tras la certificación del nuevo orden mundial en Yalta y Potsdam, aquellos británicos, que decidieron no sucumbir ante los Beatles, la psicodelia y la moda de Carnaby Street, se refugiaron en la ficción histórica, acudiendo a los prolegómenos de la era victoriana: los tiempos de lord Nelson. No es de extrañar que el primero en acometer el relato de una serie de aventuras basadas en aquella época fuera Cecil Scott Forester (El Cairo, 1899- Fullerton, Estados Unidos, 1966). Nacido en Egipto, donde su padre ejercía como funcionario docente inglés, en 1937 publicó la primera novela, cuyo protagonista era Horatio Hornblower, tocayo de Nelson y, sin lugar a dudas, mi favorito, pues me recuerda a un querido compañero de promoción —del Cuerpo General por supuesto— a quien siempre imagino jugando al whist. Ni qué decir tiene que dicho compañero es más guapo que Gregory Peck, quien 2019 417


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