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LIBROS Y REVISTAS frigorífico, pudo construir y gestionar mediante joint ventures con otras empresas los primeros etilenero, amoniaquero y metanero de España. Si como muestra de su «omnipresencia» basta un botón, diré que una de estas empresas fue la que en 1988 vendió a la Armada el Amatista y el Amapola, los actuales Mar Caribe y Neptuno. Manuel Rodríguez Aguilar es un viejo conocido de los aficionados a la historia marítima española, con más de medio centenar de artículos y cuatro libros en su haber. El quinto, que es el que hoy comentamos, ha marcado un cambio de formato (apaisado con tapa dura) y contenido (infinidad de ilustraciones) que, inevitablemente, también ha repercutido en el «formato» del precio. Su apartado gráfico puede calificarse de espectacular, e incluye un exhaustivo cargamento de fotos, varios planos y una partida no menos importante de acuarelas y perfiles creados ex profeso por Roberto Hernández («El Ilustrador de Barcos») que, como Manolo, es un antiguo marino mercante. El texto, por fuerza menos extenso que en sus obras anteriores por la cantidad de ilustraciones, no desmerece al apartado gráfico y recoge el fruto de una investigación en la que la familia Sendagorta colaboró abriendo las puertas de las antiguas oficinas de la naviera, que se conservan como estaban tras venderse los últimos buques en 2008 y disolverse la Sociedad en 2013. Además de esta llamémosle «información privilegiada», Manolo ha volcado en su libro los recuerdos de una pléyade de «supervivientes» de la naviera, incluyéndose a sí mismo, porque, en su día, hizo las prácticas de agregado en dos de sus buques. A través de sus páginas recordaremos el ataque de dos lanchas rápidas tripuladas por anticastristas al buque Sierra Aránzazu cuando, en 1964, se dirigía a La Habana; saldado con la muerte del capitán y otros dos oficiales y al menos siete heridos de consideración, tuvo resonancia mundial y tensó las relaciones con Estados Unidos, obligando a la Armada española a estudiar la conveniencia de dar escolta, o alternativamente artillar y asignar una dotación naval, a los buques mercantes españoles que mantenían sus líneas «de toda la vida» con Cuba, pese al bloqueo norteamericano. El libro también documenta una de las actividades más pintorescas de los buques frigoríficos de esta naviera: el transbordo directo en aguas africanas y de otros continentes de la producción de las flotas atunera, merlucera y marisquera españolas, aprovechando el viaje de ida para suministrar víveres, pertrechos o combustible y ahorrando a los pesqueros tránsitos improductivos: si esto no es un precedente del moderno buque de apoyo logístico, no debe de andar muy lejos. La historia de la Marítima del Norte se encuadra en una edad de oro (o al menos de plata) de la Marina Mercante española que, debilitada por varias crisis en los setenta y por problemas financieros en los ochenta, recibió su golpe de gracia con la liberalización del transporte marítimo en 1993, obligando a la mayor parte de los navieros a tirar la toalla. Cinco años antes, los 610 Abril


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