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Revista_Ejercito_937

Frustrado todo intento francés de penetrar la infranqueable barrera de los tozudos españoles, con la caída del sol, Nemours ordena el repliegue Pero antes nos detendremos en lo acontecido en una ciudad, concretamente en la amurallada Canosa, defendida por 500 españoles bajo el mando de Pedro Navarro y los capitanes Cuello y Peralta. El Gran Capitán había distribuido parte de sus tropas en diferentes fortalezas con el objeto de retrasar el avance francés. Situación geográfica de las poblaciones citadas A Canosa destinó a su amigo Pedro Navarro, con la orden expresa de sostener la plaza: «Sobre esta piedra tengo que preparar toda la guerra por venir. A Canosa elegí para que resistáis 60  /  Revista Ejército n.º 937 • mayo 2019 a los franceses o para vuestra sepultura »4. Y no le defraudó su leal camarada cuando hacia allí se dirigió Nemours con su ejército, compuesto por 1000 jinetes de caballería pesada y 6000 soldados de infantería (2000 suizos armados con largas picas, 3000 piqueros y ballesteros gascones y 1000 peones de diversa procedencia como lombardos, picardos, napolitanos, etc.). El 15 de agosto de 1502, Luis de Armagnac, a la sazón virrey de Nápoles, se personó a las puertas de Canosa. Sin pérdida de tiempo, envió un heraldo a Navarro exhortándole a que rindiera la población. El capitán español respondió al mensajero desde las murallas con las siguientes palabras: «¿Es que no nos conocéis?». El ataque se organizó al amanecer. Durante dos días, la artillería gala batió sin descanso los muros de la posición española. A las cuatro de la tarde del tercer día dejaron de tronar los cañones enemigos que, gracias a un espía, habían logrado derruir la torre donde se guarecía Pedro Navarro, aunque sin conseguir herirlo de gravedad. El asalto era inminente. En las horas previas, Nemours había mandado abrir varios toneles de vino que sus hombres apuraron hasta la última gota. El néctar rojo de Baco enardeció el valor de los franceses en lo que debía ser una rápida y fácil victoria. A la hora convenida, el redoble de los tambores marcaba el inicio de la embestida enemiga contra una brecha abierta en los lienzos de piedra. Avanzaron decididos, sin miedo, envalentonados por los alcohólicos efluvios. Pero delante tenían a un puñado de valientes. Desde lo alto de las derruidas paredes unos cuantos españoles, aquellos a los que las heridas les impedían intervenir en la lucha, descargaban sobre ellos sus arcabuces y les lanzaban aceite hirviendo, cal viva y cualquier arma arrojadiza que sirviera para frenar la acometida de suizos y gascones. El resto de las huestes de Navarro, los que habían sobrevivido al castigo de las bombardas y culebrinas, se posicionaron en la oquedad abierta, rodela con rodela, picas


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