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RUMBO A LA VIDA MARINA (porque más bien son solitarios), que les honra como adelantados de la evolución de las especies, mientras la contaminación se ceba en ese colector universal de residuos en que se ha convertido la mar, generando un grave problema de impredecibles y preocupantes consecuencias. Pero claro, vivir como okupas y vestirse de prêt-à-porter tiene sus exigencias, y los ermitaños excepcionalmente en el mundo de los crustáceos solo endurecen su caparazón en la zona del cefalotórax, manteniendo blanducho y retorcido su abdomen («la cola») para poder ajustarlo a las espiras de su nuevo y provisional alojamiento. Pero la marcha de la biología es inmutable y tarde o temprano la concha adoptada se les va quedando pequeña y hay que cambiarla por otra más grande. Hay que salir de ella, abandonarla y buscar otra nueva, a veces en fiera lucha con otros ermitaños que estaban en lista de espera para mudarse a otro albergue más cómodo. Superado el trance de la elección, hay que tomar rápida posesión de la nueva casa, porque eso de andar por el fondo marino en pelotas, ofreciendo a la voracidad de peces y demás depredadores un suculento y blando trasero, tiene sus riesgos. Pues eso, a casita cuanto antes y a cerrar herméticamente la puerta con una de sus grandes quelas como escudo protector. Y a verlas pasar. En su afán de disfrazarse, el ermitaño adopta alguna anémona sobre su caracola. Estas, felices de viajar gratis, y los cangrejos se encuentran protegidos por los dardos venenosos de su compañera. Y aquí todos contentos. (Foto capturada en televisión). 668 Mayo


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