junio de 1898, aún continuaban los
trabajos de fortificación que se dieron
por terminados el domingo 3 de
julio.
El problema principal de la carencia
de agua se subsanó mediante la
apertura de un pozo a pocos metros
de donde la población local llevaba
tiempo intentándolo infructuosamente,
lo que constituye una de las
claves del éxito. Cinco cazadores
bajo la supervisión de Martín Cerezo
alcanzaron un caudal de agua subterránea
a 4 metros de profundidad
utilizando para ello unas antiguas
herramientas y las bayonetas de sus
Maüser. El pozo quedó terminado el
2 de julio, tras asegurar evitar atascos
por el fondo arenoso mediante el refuerzo
de las paredes con piedras y
la colocación de medio tonel de vino
adecuado a la medida del fondo. Las
medidas higiénicas también se observaron
y aunque no dispusieron de
pozo negro hasta finales del mes de
diciembre, contaron desde un principio
con letrina, urinario y un rudimentario
cuarto de aseo.
Fotografía donde aparecen 32 de los 35 supervivientes del asedio a su llegada a Manila
El problema
principal de
la carencia de
agua se subsanó
mediante la
apertura de un
pozo
De la planificación de los trabajos de
fortificación se encargó el teniente
Alonso, aprovechando y perfeccionando
56 / Revista Ejército n.º 938 • junio 2019
los realizados durante los dos
asedios anteriores por los destacamentos
del teniente Motta y del capitán
Roldán.
El hecho de que la iglesia contase
con unos muros de metro y medio de
grosor constituyó una ventaja considerable
que permitió resistir a la
débil artillería enemiga. Todo servía
de utilidad: con las losas del suelo
de la iglesia se construyó un horno
que permitió cocer pan y varios hornillos
para calentar el rancho. Destinaron
la arena extraída del interior
de la iglesia para terraplenar las dos
puertas existentes e imposibilitar su
apertura, reforzando la medida con
fardos de mantas y cajas. Las siete
ventanas de la iglesia fueron protegidas
con maderas, mantas y sacos
de víveres convertidos en terreros,
quedando aspilleradas de tal manera
que únicamente permanecía al descubierto
el espacio necesario para
el fusil y un pequeño tragaluz en su
parte superior. Dada la altura a la que
se encontraban colocaron una fila de
cajones rellenos de tierra a los que
los cazadores subían mediante un
pequeño escalón. Las dos alturas de
la torre —una de las posiciones más
expuestas— se reforzaron con tablones
y sacos terreros protegiendo
las dos posiciones de vigilancia que
ocupaban regularmente los mejores