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ción serían objetivos prioritarios de la planificación aliada, salvo que Rusia se
abstuviese de emplear la fuerza desde él para no perderlo y limitar la escala del
conflicto (Frühling, & Lasconjarias, 2016: 107-108). Kaliningrado alberga
además a la Flota del Báltico, que se encuentra a tiro tanto de las unidades
costeras polacas dotadas con el Naval Strike Missile adquirido a Noruega como
de la artillería de cohetes High Mobility Artillery Rocket System (HIMARS),
con un alcance de 300 km, que Varsovia está adquiriendo actualmente, lo cual
hace vulnerables a los buques en puerto o saliendo de él. Otra posibilidad, en un
escenario de conflicto a gran escala, es que las fuerzas rusas se abrieran paso a
través de Bielorrusia por el Suwalki Gap —la franja de territorio que conecta
Polonia con los países bálticos— y a su vez enlazasen con Kaliningrado y aislaran
a las fuerzas OTAN en los países bálticos (Kofman, 2016b). En cualquier
caso, en un escenario de guerra hipotético, la mera presencia en Kaliningrado de
capacidades A2/AD convierten el enclave en una espina en el costado que hipoteca
recursos y obliga a contemplar planes de contingencia.
Por otra parte, la geografía del Báltico también fortalece la disuasión por
represalia de Moscú. En un conflicto armado en la región —aunque fuese de
carácter limitado, no una guerra Rusia-OTAN a gran escala y con escalada
horizontal en otros escenarios—, las fuerzas rusas podrían dañar gravemente
las conexiones externas navales de sus vecinos: los puertos, las rutas marítimas
e incluso los cables submarinos de fibra óptica, que en el caso de Polonia,
Letonia y Lituania apenas cuentan con redundancia (Murphy, Hoffman, &
Schaub, 2016: 17).
De este modo, aunque Rusia se encuentra muy por detrás de la OTAN en
capacidades militares en términos globales, en lo que se refiere a la región
báltica las fuerzas armadas rusas gozan de ventaja para imponerse con elevada
probabilidad —dentro de la incertidumbre que entraña toda guerra— en un
conflicto armado limitado (Blank, 2016). Esta posibilidad de escalar el
conflicto a unos niveles difícilmente asumibles por sus adversarios (control de
la escalada) amplía el margen de maniobra de las estrategias de Rusia en la
zona gris.
Conclusión
Los dirigentes rusos han optado por estrategias multidimensionales propias
del conflicto en la zona gris para aumentar su influencia en la región báltica.
Con ello tratan de conseguir lo que consideran que no pueden obtener mediante
la diplomacia ni la guerra. En este caso de estudio destaca el componente
militar, con comportamientos más visibles y cuantificables que las operaciones
de influencia, las de coerción política los ciberataques o las de inteligencia.
La gran incógnita es si estas estrategias son en último término efectivas
para los intereses de Moscú. A falta de un análisis contrafactual —cuál sería la
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