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FRANCISCO JAVIER ÁLVAREZ LAITA Introducción EN un artículo anterior, ya hemos comentado la existencia, en la Biblioteca Central de Marina ‒lugar poco visitado, pese a ser de libre acceso, que contiene múltiples tesoros bibliográficos‒, del «fichero verde», que reúne las fichas de los libros más antiguos. En una reciente revisión de los contenidos del fichero verde hemos encontrado un interesante documento que recoge el contrato privado entre el Estado español y la compañía John I. Thornycroft para la construcción de dos torpederos de 1.ª clase a los que se denominó Julián Ordóñez y Acevedo. Estos pequeños buques, sus características y el citado documento constituyen el núcleo del presente trabajo, que se complementa con un resumen de la historia del astillero constructor y un repaso de los otros torpederos de que ha dispuesto la Armada. Pero, antes de entrar en la parte medular del tema, pongámonos en situación. En los años setenta y ochenta del siglo XIX, España estaba estudiando la adquisición de torpederos, un tipo de unidades de pequeño tamaño, muy rápidas para la época y armadas con el recientemente aparecido torpedo automóvil, que hacía poco había inventado Robert Whitehouse. Tal torpedo era un arma novedosa en ese momento y parecía que podía eclipsar el dominio de los mares por parte de las grandes unidades dotadas de blindaje y grandes cañones. Así, entre 1878 y 1887, la Armada adquirió un total de quince unidades de este tipo, agrupadas en doce clases de distintas, entre ellas las que nos ocupa (*). El documento del contrato Respecto a la forma, el documento es un folleto compuesto por un total de 16 páginas, incluidas las cubiertas delantera y trasera, de 32,5 centímetros de alto y 23,5 de ancho, sin encuadernar, simplemente sujeto con dos grapas. Del total de páginas, seis corresponden a portadas o están en blanco (37,5 por 100 del documento). (*)  Antes de seguir, consideramos de interés hacer una aclaración: las razones por las que documentos de este tipo se imprimían. La respuesta es fácil si nos situamos en los medios que existían en el segundo tercio del siglo XIX. La Administración precisaba de cierto número de copias de cada documento que se generaba, y a la sazón no existían fotocopiadoras ni ordenadores con sistemas de tratamiento de textos. El uso de la máquina de escribir, aunque incipiente, no se extendió hasta casi finales del siglo XIX. Sí existía el papel de calco, pero por este procedimiento era casi imposible obtener más de tres copias legibles. Las soluciones posibles eran recurrir a escribientes-copistas para que reprodujeran a mano el documento, o utilizar la imprenta. Ambas soluciones eran ampliamente empleadas. 36 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 145


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