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JOSÉ M.ª BLANCO NÚÑEZ y heridos, contando los habidos en el Arsenal, 274 bajas y siendo los oficiales, desde el almirante hasta el último alférez de navío, 58, tuvimos 20 bajas de lo cual resultan para los primeros un 24% y para los segundos un 37%, ahora bien si los heridos no murieron ¿tuvieron ellos la culpa? Solamente a gente sin sentido se le ocurrirá valorar el valor de una Corporación por el número de bajas habidas en combate. Si en lugar de aquellos barcos hubiésemos tenido buenos acorazados, y sin tener ni una baja derrotáramos al enemigo ¿también seríamos cobardes? Llegó a tal extremo el entusiasmo por desacreditar a la Marina que se dijo que la Escuadra Española no había hecho fuego, pero no me extraña porque también se aseguró que los proyectiles de los americanos eran de barro y llenos de una sustancia que ardía rápidamente y quemaba hasta los astros. Mientras el valiente populacho se dedicaba a tacharnos de cobardes, ineptos y otras mil cualidades que no son para consignadas aquí, llegó el día del levantamiento del país. Todo el elemento civil y entre él los bizarros generales que de continuo se baten con las fichas del dominó ó los cafés con gotas, y los pundonorosos almirantes y contramaestres de muralla que lo mismo manejan una Escuadra que un cerote y una lezna, abandonaron Manila, no porque ellos temiesen el bombardeo, eso nunca, solo los marinos eran capaces de temerle, sino porque se les podrían estropear sus muebles que lo que es sus vidas nada les importaba si se sacrificaban en defensa de la dignidad Nacional. Llegó, como he dicho, el levantamiento del país y entonces fue necesario echar mano de los cobardes e ineptos que pacientemente soportaban aquel aluvión de calumnias porque, como antes dije, nadie era el autor del dicho y siempre que algo se nos contaba, se empezaba por hacer la salvedad de que lo habían oído a no sé quién. Seguramente no nos juzgan como el vulgo las Autoridades del Archipiélago. Iniciado el movimiento revolucionario se dieron las oportunas órdenes para que del batallón se destacase una compañía a guarnecer Binacayan; otra a Caloocan; otra agregada al Regimiento de Artillería de Plaza; otra al de Montaña y el resto, como Infantería, a las trincheras que defendían Manila. La compañía de Binacayan después de tres días de asedio, sin víveres, municiones ni esperanza de recibirlas y rechazados en tres salidas, se vio obligada a rendirse cuando ya se habían rendido los pueblos de alrededor, pactando con el jefe insurrecto el que se les dejase en libertad a la orilla siguiente del Zapote, este pacto no se cumplió a pesar de estar en poder de los prisioneros el acta de rendición. La Comp.ia de Artillería fue repartida entre el fuerte de San Antonio Abad, una batería ligera y otra de las que daban al mar. La gente de Montaña fue a las trincheras y el resto del Batallón a los sectores derecho e izquierdo. Mientras que los Srs. oficiales de Artillería con la caballerosidad que les distingue, hacían justo aprecio del valor y disciplina de la gente de mar y la proponían para honrosas recompensas; los amigos de la Armada decían que el enemigo atacaba siempre con más fuerza por donde la Marina estaba, por considerar este el punto más débil de la línea. No tenían en cuenta los entusiastas por la Marina que diciendo esto no solo no la perjudicaban, sino que a la vista de todas las 96 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 145


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