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en grandes ejércitos, ya que favorece la formación y continuidad de las tripulaciones. Sin embargo, los inconvenientes de aplicar este modelo soviético a otro tan reducido como el español serían inasumibles. La caballería perdería la mitad de sus grupos y se vería reducida a unidades ligeras, sin capacidad de combatir por la información. La infantería perdería cuatro batallones, pero el impacto sería menor. El arma acorazada tendría solo cuatro destinos, lo que dificultaría la trayectoria profesional de unos componentes cuya moral se resentiría ante la carencia de referentes históricos. Además, si el objetivo es reunir todos los carros, ¿deberían incluirse los Centauro, cuyas misiones son idénticas? ¿Y los Pizarro, los obuses autopropulsados o los carros de zapadores, 42  /  Revista Ejército n.º 941 • septiembre 2019 igualmente acorazados? Tanto el modelo europeo como el anglosajón comparten múltiples ventajas, ya que sus diferencias son solo semánticas y no doctrinales. Se facilitaría la interoperabilidad de las unidades españolas y aliadas en las proyecciones internacionales. Se reduciría el desequilibrio entre las plantillas de infantería y caballería. Esta recuperaría su carácter resolutivo y su tradicional polivalencia como arma de maniobra, reconocimiento y reserva. Se diversificarían las trayectorias profesionales de las tripulaciones, al poder acceder también a destinos ISTAR sin cambiar de unidad. No se aprecia, en cambio, Regimiento acorazado español ningún inconveniente, salvo la lógica reticencia de la infantería a desprenderse de su material más decisivo. Ahora bien, siendo la caballería española la segunda más antigua de Europa tras la francesa, ¿qué sentido tendría sustituir su denominación tradicional por otra tan aséptica como arma acorazada, vinculada únicamente al material actual y no a unas misiones que han permanecido inmutables durante cinco milenios? Efectivamente, las cuadrigas mesopotámicas, los lanceros medievales, los coraceros modernos, los húsares decimonónicos y las Panzerdivisionen estaban imbuidos del mismo espíritu jinete: «audacia, acometividad, abnegación e iniciativa». A ello


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