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13 mandato defensivo de la OTAN, al alinear la forma de defenderse en el ciberespacio con la manera en que lo hace en el resto de los dominios, con los aliados contribuyendo con tanques, aviones y buques a las operaciones y misiones de la OTAN»2. Sin embargo, quedan en el aire varios asuntos relevantes. Primero, la declaración sugiere que cada país —Reino Unido, Países Bajos, Dinamarca, Estonia o Estados Unidos ya se han ofrecido a proporcionar cibercapacidades nacionales3— proporcionará al mando aliado los «ciberefectos» que, producidos por su propia ciberarma, servirán para la conducción de las operaciones aliadas. Haciendo una analogía, el socio no proveerá un grupo de artillería sino la destrucción del objetivo. Segundo, estos «ciberefectos» serán soberanos: aunque el efecto deseado será identificado y su consecución supervisada por la OTAN, no puede descartarse que tanto la inteligencia para identificar el objetivo como su selección y el mando y control de la ciberarma recaigan sobre cada país. Esta posibilidad parece corroborarse cuando un mando aliado argumenta que «solicitaremos un efecto utilizando ciberarmas durante una operación y uno de los aliados nos lo proporcionará sin más información »4 o Washington sostiene que mantendrá el control sobre su personal y capacidades5. Tercero, si estos efectos son soberanos, ¿cómo se integrarán en el mando y control aliado de las operaciones?, ¿cuál será la responsabilidad de la Alianza en su consecución?, ¿y si estos producen «ciberefectos» no deseados o desproporcionados sobre las infraestructuras críticas del adversario debido a un fallo de inteligencia que motiva una escalada de tensiones?, ¿cómo se producirá la aprobación política de los ciberefectos?, ¿se fijarán medidas de confianza para que el resto de los aliados acepten los efectos sin conocer cómo se producen? Finalmente, aunque la inclusión del ciberespacio como dominio de las operaciones debería facilitar el planeamiento de la defensa —que traduce los objetivos políticos en necesidades militares y contribuciones nacionales en términos de fuerzas terrestres, navales y aéreas—, no parece que en un futuro cercano se integren las ciberarmas nacionales en este proceso cuatrienal. En cualquier caso, la decisión de proporcionar «ciberefectos soberanos … en el marco de una sólida supervisión política »6 puede parecer controvertida, pero permite reforzar la capacidad disuasoria de la OTAN sin que los miembros que los suministren deban revelar unos ciberarsenales cuyo desarrollo habrá requerido enormes recursos humanos y materiales y que otros aliados podrían imitar. Aportando los «ciberefectos», estos ni deberán revelar la ciberarma ni tampoco las tácticas, técnicas y procedimientos que guiarán su empleo operativo, lo que reduce el riesgo de free-riding y obligan a que todos los aliados desarrollen cibercapacidades propias. Cumbre de jefes de Estado o de Gobierno de la OTAN, 11-12 de julio de 2018, Bruselas


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