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VIVIDO Y CONTADO prever hasta por el más inocente aspirante de primer curso, el «enemigo» (léase los «malvados protos») —dirigido por el coadjutor del Cuerpo, el entonces comandante Cristóbal Gil, puntual foco en el que se materializaban todas las imaginaciones «diabólicas» posibles (las de todos los protos, se entiende, no solo las del comandante Gil)— ¡ya tendría prevista alguna nueva diablura para seguir incordiando y fastidiando al «caballero»! Y muy desencaminados no andaban los sufridos infantes, ya que esa misma noche, aprovechando que el cansancio y la fatiga ya empezaban a dar ciertas señales, teníamos prevista una nueva incidencia para evaluar el nivel de alerta y la capacidad de la compañía para dar pronta respuesta ante una sucesión de ataques por sorpresa lanzados contra su posición desde varias direcciones. Los «ataques» en ciernes iban a ser materializados mediante una serie de «bombardeos» lanzados desde distintos sectores con cohetes iluminantes y explosivos, además de tracas de petardos —mascletás en toda regla— para simular el fuego de fusilería de una fuerza atacante. La Compañía debía localizar sus orígenes y responder prontamente, a su vez, con fuego real de fusilería, ametralladoras y granadas de mano para defender los sectores amenazados —los fuegos de mortero de barrera de la defensa serían también reales pero, por razones de seguridad, se harían sobre una zona predefinida, acotada y asegurada de antemano—. Las posiciones desde las que se iban a simular estos ataques habían sido elegidas con anterioridad; contaban con la adecuada protección contra los fuegos de reacción, distantes unos setenta y cinco metros, como mínimo, del Borde Anterior de la Zona de Resistencia (BAZR) de la posición defensiva, distancia prudente que las debería mantener fuera del alcance de las granadas de mano que hacia allí se lanzasen (téngase en cuenta que la munición empleada en los fuegos de reacción de la Compañía era «de guerra»). El capellán, que por aquel entonces se integraba habitualmente con nosotros en los ejercicios en el campo, era un joven sacerdote del SARFAS (1) en período de formación, de nombre Ángel, hombre jovial, con gran dedicación, excelente forma física, muy activo e intrépido y siempre dispuesto a experimentar nuevas sensaciones; resistente marchador, ya había participado, además, en los ejercicios de paso de la pista de fuego y de paso de rompientes en balsa, así como en los de escalada y descenso en rápel volado desde helicóptero, y al que invité, sabiendo de antemano que aceptaría de buena gana, a acompañarme en la tarea de materializar el «enemigo» desde una de estas posiciones descritas. La mía, en concreto, sita en terreno despejado, quedaba a sotafuego de una roca protectora de aceptables dimensiones, cercana a la linde del bosque que tenía a sus espaldas y que, como mucho, proporcionaba segura (1) Servicio de Asistencia Religiosa de las Fuerzas Armadas. 572 Octubre


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