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Ponte Hernando, F.J., et. al. esta ocasión Ramírez disertó sobre medios de prevención de la tuberculosis infantil y Rof sobre mejora ganadera. Trece años después del fallecimiento de D. Marcelino, su amigo Rof Codina (siendo ya Inspector General Veterinario y Ex- Vicepresidente del Consejo Superior Pecuario) lo recordaría en una conferencia que pronunció el 28 de noviembre de 1953 en la Real Academia de Medicina de Galicia y Asturias, sobre «La lucha contra la tuberculosis bovina en Galicia». Dijo lo siguiente: El que fue ilustre tisiólogo y veterinario Dr. Marcelino Ramírez García, bien conocido entre los médicos de la región, en su obra Tuberculinoterapia, da a conocer el resultado de 505 pruebas tuberculínicas practicadas en bovinos, de las cuales 127 dieron reacción positiva y comprobadas sus lesiones tuberculosas en todos los que reaccionaron, mediante la autopsia, lo que representan el 25 por ciento de reses tuberculosas, pertenecientes a vaquerías de ciudad, que constituían elementos de infección para las demás reses y para los que las cuidaban. Con motivo de la II Asamblea de la Unión Nacional Veterinaria (U.N.V.), germen del actual Consejo General de Colegios Veterinarios de España, celebrada en Madrid, del 18 al 23 de mayo de 1922, y presidida por D. Félix Gordón Ordás, Ramírez participó activamente en las discusiones y apoyó con entusiasmo la puesta en marcha de los distintos proyectos que, en concreto, eran: •  El establecimiento de una fábrica y depósito de herraje y clavazón por la Unión Nacional Veterinaria; que tuvo sus críticos porque creían, acertadamente, que el futuro de la veterinaria iba unido al ejercicio científico y no al arte de herrar. •  La formación de una entidad económica que podría llamarse Banco Veterinario o Banco Pecuario, constituido, única y exclusivamente, 178  Sanid. mil. 2019; 75 (3) por capital de la Clase, al objeto de prestar apoyo pecuniario para cuantos fines fueran de utilidad para la veterinaria. •  Un Instituto de sueros y vacunas. •  El Montepío. •  La Caja de resistencia y otras. El Dispensario antituberculoso de La Coruña En primer lugar, como ya se dijo, la labor de los médicos del Dispensario era gratuita y altruista. Por ello, aunque este establecimiento tuviese un carácter oficial, no constituía ningún pingüe pluriempleo para nadie, y sí, muchas veces, una onerosa carga laboral y hasta económica, aunque, no cabe duda, de que otorgaba cierto prestigio profesional, máxime si, como en el caso de D. Marcelino, se era el director de tan benéfica institución. Nos lo cuenta el mismo Dr. Ramírez con su habitual franqueza riojana: Los médicos del Dispensario además de prestar gratuitamente nuestros servicios y frecuentemente dar dinero encima, abandonando parte de nuestras obligaciones particulares, hacemos dentro y fuera del mismo cuanto sabemos y cuanto podemos; y el que hace lo que sabe y lo que puede no está obligado a más. Si hay quien sabe y quiere hacer más y mejor, desde este momento, gustosos le cedemos el puesto para que pueda dar comienzo a su obra. El carácter gratuito, lógicamente, era a la vez su grandeza y su punto débil. El altruismo ha estado siempre presente en la planificación de la lucha antituberculosa, no solo como libre iniciativa personal, sino incluso como punto de partida «oficial», ya en sus memorias fundacionales nos dice: Los dispensarios antituberculosos, según fueron proyectados por esta Comisión permanente, como instituciones especiales que atendieran por igual a la profilaxis que a la curación, a la salvación del predispuesto, al bien del enfermo, de la familia y de la sociedad en general, y todo ello de modo absolutamente benéfico y altruista, serían un elemento de la lucha antituberculosa tan principalísimo, tan eficaz y tan de veras simpático y sugestivo, que el hecho de pertenecer al profesorado que lo sirviera e hiciese efectivo traería aparejada, para tales profesores, verdaderos sacerdotes de la Medicina y la especialidad, la condición de beneméritos de la Patria. En mayo de 1915, el Dr. D. Nicasio de Aspe y Fullós, secretario del Dispensario antituberculoso de La Coruña, leyó la memoria anual de 1914 de la institución. Se trata de un sucinto folleto, de apenas 15 páginas, que tiene la virtud de darnos las coordenadas casi exactas en las que empieza la labor de D. Marcelino en el mismo, por cuanto, se deduce de nuestros estudios que Ramírez se incorporó al Dispensario en los primeros meses de su estancia en la ciudad herculina, hacia principios de 1916. El aspecto más relevante de esta memoria, a nuestro entender, está en las dos páginas finales en las que se queja de las deficiencias del mismo. En primer lugar que las señoras de La Coruña no han prestado su colaboración para cuestiones como visitas etc. que hoy llamaríamos de trabajo o asistencia social: Figura 3. El Ideal Gallego, 27 de noviembre de 1925, pág. 1.


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