sufrió en ellos frío y calor y allí dejó jirones de su salud, lo que explica en parte su muerte temprana, antes de cumplir los 51 años. Quizás uno de los hechos que mejor ilustra su ejemplaridad, valor, compañerismo y espíritu de sacrificio —valores de los que, como rey soldado, hizo gala a lo largo de su vida —ocurrió en el invierno de 1236. El rey se encontraba en Benavente y había enviudado de su primera mujer hacía poco más de un mes. Tenía entonces 34 años. En la noche del 8 de enero de 1236, un grupo de almogávares de Andújar tomó por sorpresa el barrio de la Axarquía, en los arrabales de Córdoba, y enviaron un mensajero pidiendo socorro al rey. La noticia de la conquista de la Axarquía llegó a Benavente no mucho después del 15 de enero. Todos los cronistas coinciden en afirmar que Fernando III, desoyendo a quienes le hacían ver lo peligroso del viaje debido a «la aspereza del invierno, que inundaba con lluvias más de lo acostumbrado, los peligros de los caminos, las inundaciones de los ríos, los pocos nobles que con él estaban, el dudoso éxito de tan gran peligro y, lo que era más de temer, la innumerable multitud del pueblo cordobés», se puso en marcha al día siguiente en dirección a Córdoba. El cronista cita que el rey se dirigió a los benaventinos Trabajo técnico y especializado, como parte de la excelencia profesional, bajo el auspicio del Santo Patrón de los Ingenieros Militares y zamoranos que estaban con él en ese momento con estas palabras: «Si alguien es mi amigo y mi vasallo, que me siga», tras lo cual llegó el 7 de febrero al campamento cristiano en las cercanías del castillo de la Calahorra. El viaje del rey a Córdoba, acompañado de un centenar escaso de nobles, había sido toda una proeza, como narra el cronista: «No concediéndose descanso ni de día ni de noche, a través de una tierra inviable y desierta, no obstante los ríos que se habían salido de madre y traspasado sus orillas, ni los caminos llenos de lodo que impedían avanzar, lleno de celo de lo alto, llegó a Córdoba». Y es el compromiso del rey con su causa —con la misión, diríamos los militares— 10 / Revista Ejército n.º 943 • noviembre 2019 y la plena convicción en sus valores lo que proporcionaba a Fernando III ese «celo de lo alto», energía contagiosa para sobreponerse a la adversidad. La coherencia entre misión o visión y valores es también inherente al líder actual y le proporciona una de sus características fundamentales para conducir hombres y ser seguido por ellos: resiliencia, acometividad, voluntad, tenacidad… Palabras que se resumen en una sola, ya tristemente en desuso, longanimidad, como grandeza y constancia de ánimo en las adversidades. Ejemplo de lo anterior es la tradición de la Virgen de Valme, según la cual, en otoño de 1248, en pleno asedio de Sevilla y ante la dificultad de tomar la ciudad y el abatimiento de las tropas, el rey Fernando invocó en el Cerro de Cuartos a una imagen de la virgen que llevaba consigo diciendo: «¡Váleme, Señora, que si te dignas hacerlo, en este lugar te labraré una capilla, en la que a tus pies depositaré como ofrenda el pendón que a los enemigos de España y de nuestra Santa Fe conquiste!». Independientemente de la leyenda, que dice que a continuación brotó un manantial que apaciguó la sed de las tropas, el rey cumplió su promesa y la visita hoy a la ermita de Valme —poder ver la virgen y el pendón capturado en el término de Dos Hermanas, junto a Sevilla— resulta emocionante y nos hace reflexionar sobre la influencia de esa motivación o creencia en la resiliencia del líder en los momentos críticos, y en la importancia e impacto determinante que esos gestos tienen en sus seguidores. GENIO MILITAR, ORGANIZACIÓN Y CAPACIDAD LOGÍSTICA Las campañas militares de Fernando III supusieron un nuevo referente
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