¿Qué decir de esta guerra tan nues­tra? Porque a diferencia de las otras que hemos sufrido en nuestra patria durante la Edad Moderna, en esta todo el pueblo español, sin excep­ción, se levantó como un solo hombre para acabar con la iniquidad de una invasión que se produjo por sorpresa, a traición, de forma alevosa y sin otra justificación que no fuera la de la am­bición de poder de Napoleón, como lo cantó reciamente Bernardo López García: - ¿Qué decir de esta guerra tan nues­tra? Porque a diferencia de las otras que hemos sufrido en nuestra patria durante la Edad Moderna, en esta todo el pueblo español, sin excep­ción, se levantó como un solo hombre para acabar con la iniquidad de una invasión que se produjo por sorpresa, a traición, de forma alevosa y sin otra justificación que no fuera la de la am­bición de poder de Napoleón, como lo cantó reciamente Bernardo López García: - Oda al dos de mayo - Figure - «Y aquel genio de ambición - que en su delirio profundo - cantando guerra hizo al mundo - sepulcro de su nación, - hirió al ibero león - ansiando España regir» - Bernardo López García O como lo contó Pedro Antonio de Alarcón en aquellas fantásticas His­torietas Nacionales, tales como la de «El carbonero alcalde», aquel Manuel Atienza que semejaba una fiera por su aspecto y que al frente de sus pai­sanos del pueblo granadino de Lape­za hizo frente al odiado francés con sus primitivas armas, entre las que se incluía nada menos que un terrorífi­co cañón hecho del tronco hueco de una gigantesca encina, lleno de me­tralla hasta la boca, que al ser dis­parado reventó y se - Historias como estas, pero reales, sucedían de continuo en nuestra pa­tria. No es un tópico lo de que las - Historias como estas, pero reales, sucedían de continuo en nuestra pa­tria. No es un tópico lo de que las - Historias como estas, pero reales, sucedían de continuo en nuestra pa­tria. No es un tópico lo de que las - mujeres seducían a los franceses para, en un momento de descuido, matarlos; ni el que de continuo des­aparecieran soldados invasores que habían sido arrojados a profundos pozos por los lugareños. España se defendía con uñas y dientes de aque­lla injusta y traicionera agresión a su libertad, a sus costumbres y a su re­ligión. Sin olvidarnos del expolio al que estaba siendo sometida. Cuan­do Pepe Botella abandonaba nuestra patria lo hacía con una caravana llena de joyas, cuadros y todo tipo de te­soros artíst - robado, con lujo de nuevo rico, en los Estados Unidos. - Figure - Plaza del Dos de Mayo - Plaza del Dos de Mayo - Batallas, batallas y más batallas. Los guerrilleros haciendo de las suyas, Wellington agazapado en Portugal y el Ejército español obligando al mis­mísimo Napoleón a venir a España para ponerse al frente de los suyos, porque los generales franceses no podían con los nuestros. - Un monumento que, como tantos otros, ha cambiado varias veces de ubicación en la capital de la nación y que hoy parece asentado de modo definitivo en los jardincillos que se en­cuentran frente a la Plaza de España, - Un monumento que, como tantos otros, ha cambiado varias veces de ubicación en la capital de la nación y que hoy parece asentado de modo definitivo en los jardincillos que se en­cuentran frente a la Plaza de España,

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¿Qué decir de esta guerra tan nuestra? Porque a diferencia de las otras que hemos sufrido en nuestra patria durante la Edad Moderna, en esta todo el pueblo español, sin excepción, se levantó como un solo hombre para acabar con la iniquidad de una invasión que se produjo por sorpresa, a traición, de forma alevosa y sin otra justificación que no fuera la de la ambición de poder de Napoleón, como lo cantó reciamente Bernardo López García: Oda al dos de mayo «Y aquel genio de ambición que en su delirio profundo cantando guerra hizo al mundo sepulcro de su nación, hirió al ibero león ansiando España regir» Bernardo López García O como lo contó Pedro Antonio de Alarcón en aquellas fantásticas Historietas Nacionales, tales como la de «El carbonero alcalde», aquel Manuel Atienza que semejaba una fiera por su aspecto y que al frente de sus paisanos del pueblo granadino de Lapeza hizo frente al odiado francés con sus primitivas armas, entre las que se incluía nada menos que un terrorífico cañón hecho del tronco hueco de una gigantesca encina, lleno de metralla hasta la boca, que al ser disparado reventó y sembró la muerte por doquier sin distinguir entre amigos y enemigos, o aquella otra de «El afrancesado», en la que el boticario del muy gallego pueblo de Padrón (el de los pimientos, que unos pican e outros non, cuna de Rosalía de Castro y de Macías el Enamorado), que se fingía amigo de los franceses, envenenó el vino con el que los agasajaba y,para que no sospechasen,bebió él del mismo vino, por lo que murió con toda aquella patulea de oficiales franchutes, ateos y asesinos que se vanagloriaban de los españoles que habían matado. El apellido del boticario era significativo: García de Paredes. Historias como estas, pero reales,sucedían de continuo en nuestra patria. No es un tópico lo de que las mujeres seducían a los franceses para, en un momento de descuido, matarlos; ni el que de continuo desaparecieran soldados invasores que habían sido arrojados a profundos pozos por los lugareños. España se defendía con uñas y dientes de aquella injusta y traicionera agresión a su libertad, a sus costumbres y a su religión. Sin olvidarnos del expolio al que estaba siendo sometida. Cuando Pepe Botella abandonaba nuestra patria lo hacía con una caravana llena de joyas, cuadros y todo tipo de tesoros artísticos que, pese a que en la batalla de Vitoria hubo de abandonar muchos de ellos, le permitieron vivir el resto de su vida de lo que nos había Plaza del Dos de Mayo robado, con lujo de nuevo rico, en los Estados Unidos. Batallas, batallas y más batallas. Los guerrilleros haciendo de las suyas,Wellington agazapado en Portugal y el Ejército español obligando al mismísimo Napoleón a venir a España para ponerse al frente de los suyos, porque los generales franceses no podían con los nuestros. Un monumento que, como tantos otros, ha cambiado varias veces de ubicación en la capital de la nación y que hoy parece asentado de modo definitivo en los jardincillos que se encuentran frente a la Plaza de España, 75


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