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28 LUIS MOLLÁ AYUSO regresaron a sus embarcaciones con inusitada rapidez llevando consigo el objeto de su rapiña, ordenó al alguacil Gonzalo Gómez de Espinosa una expedición de castigo, disponiendo este el desembarco de cuarenta ballesteros que dieron fuego a un buen número de cabañas y embarcaciones, mataron a siete hombres y regresaron a bordo con lo robado. Después del incidente, el propio Magallanes ordenó al cronista Pigafetta rebautizar la isla con el nombre de “Isla de los Ladrones”. Durante el ataque los expedicionarios vieron, asombrados, que, al ser alcanzados por sus flechas, los indígenas las extraían de sus cuerpos maravillados y permanecían contemplándolas hasta que les llegaba la muerte, mientras que otros indígenas, enfermos y postrados en esterillas vegetales, pedían angustiosamente las entrañas de los indios muertos para alimentarse de ellas en el convencimiento de que les procurarían la sanación de sus enfermedades. Una vez a bordo, vieron a los indios en tierra aparejar más de un centenar de embarcaciones para dirigirse a continuación hacia las naos. Magallanes ordenó la defensa de los buques al arcabuz, pero conforme se acercaban pudieron darse cuenta de que los indígenas ofrecían canastas de fibra vegetal llenas de peces, frutas y hortalizas, en un claro gesto de sumisión. Alcanzada la paz, los europeos pudieron bajar a tierra para abastecerse. En realidad, se trataba de una raza de seres humanos anclada en las costumbres más primitivas. No dándose entre ellos la propiedad privada y siendo las naos de madera, habían interpretado que se trataba de algún tipo de árbol crecido del fondo del mar del cual podían tomar sus frutos igual que hacían con los que crecían en tierra. Constituían una sociedad sin reglas, en la que cada cual vivía según su propia voluntad, sin autoridades ni dioses. Con independencia del género se movían por la isla desnudos, ellos con barba en su mayor parte y en ambos casos con cabellos negros hasta la cintura. Se protegían del sol con sombreros de palma, y eran de la estatura de los europeos, con cuerpos esbeltos y bien proporcionados. De piel y tez olivácea, se teñían los dientes de rojo y negro como signo de distinción. Los hombres pescaban, cazaban y recolectaban alimentos mientras las mujeres permanecían en casa cuidando a la prole y tejiendo esteras u otras cosas de utilidad. Comían cocos, batatas, pájaros, higos, caña de azúcar y peces. Se untaban el cuerpo y la cabellera con aceite de coco y de ajonjolí y sus casas, construidas de troncos, estaban techadas a dos brazas de altura con tablas y hojas de higuera y tenían pavimento y ventanas. En las habitaciones y lechos abundaban las esteras de palma que confeccionaban las mujeres. Dormían sobre paja muy desmenuzada y no disponían de otras armas que una especie de jabalina con la punta rematada con afilados huesos de pescado. Se consideraban los únicos habitantes del planeta. Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2019, pp. 28-46. ISSN: 0482-5748


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